Bruno caminaba entre la gente con la sonrisa colgando en el rostro.
El corazón le latía liviano, con esa dulzura suave de quien acaba de bailar con la persona correcta. Se había ido a los baños solo porque no aguantaba más las ganas de hacer pis, pero en su mente solo estaba ella. Sol. Su Sol. No sabía cómo, pero la había encontrado en medio del carnaval más inmenso del mundo, y ahora solo quería volver a verla, aunque sea un minuto más antes del amanecer.
Se subió la cremallera del pantalón, se lavo y sacudió las manos, y al girar la esquina hacia el pasillo… se le congeló la sangre.
—¿Dante?
Su hermano estaba tirado en el suelo. La camisa desgarrada, la cara ensangrentada, los labios partidos. Jasmín estaba a su lado, llorando, temblando, con las manos cubiertas de sangre y la desesperación en los ojos.
—¡¿Qué pasó?! ¡Dante! ¡Hermano, hablame! —exclamó Bruno, arrodillándose junto a él.
Dante jadeó, tocándose las costillas.
—No sé… —musitó con la voz rasposa—. Vinieron dos tipos… No