Puberto

Despacio, como temiendo lo que pudiera encontrarse detrás suyo, se dio la vuelta con los ojos todavía cerrados y los fue abriendo muy despacio mientras lo escuchaba tragar saliva. Esta vez no se sorprendió, pero se quedó admirando la imagen que tenía delante de él como si se tratase de la octava maravilla del mundo. Nuevamente, siguiendo la tónica de lo que había sido todo ese día para mí, una mezcla de sensaciones que no supe interpretar me invadieron. Me sentía viva, feliz, mala... pero sobre todo cachonda. Sí, otra de esas palabras que no había usado en la vida, pero que en ese momento no tenía ningún problema en pronunciar. O al menos con la mente. "Cachonda. Cachonda. Cachonda", pensé sin parar.

—Levanta las manos —le dije entonces.

—¿Así...? —respondió, alzando sus dos brazos por encima de su cabeza.

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