Desde la cama, Flor escuchó los rápidos pasos por el salón abierto hacia las habitaciones. No se trataba de su madre, no era su pisada, así que esperó con la uña del pulgar izquierdo en la boca hasta que tocaran.
–¿Sí?
– Señorita, soy Dora.
–Dorita, pasa.–La puerta se abrió ni muy rápido ni muy lento y Dora asomó la cabeza.–Pasa.
–Buenos días.–Entró y cerró, luego se plantó frente a ella al borde de la cama con una sonrisa en su agradable rostro moreno.–Su mamá pregunta por usted, que ya son las diez y o ha bajado, que tiene que comer para salir.
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