Creo que me dormí recostada en la columna al final de la escalera. Papá y Gonzalo aún no llegaban y eran casi las nueve. El resto me imagino que dormía adentro, yo cabeceé hasta escuchar el ruido de los trabajadores y a lo lejos otra vez ver los hombros de Pablo.
La visión de sus hombros me perseguía todavía desde la noche anterior. No podía lograr tener los ojos abiertos así que volví a cerrarlos.
–Virginia, Virginia. –La voz de Charito, abrí los ojos. –Ve a dormir a la cama, prometo que te despertaré en cuanto lleguen tu padre y Gonzalo.
–Está bien. –Accedí. –Tenle por favor una avena fría hecha a papá, seguro llega estragado.
–Claro. –Me ayudó a levantar y sin zapatos caminé a su lado al interior de la casa.
–Nos hicieron mucha falta anoche. –Confesé