Capítulo treinta
— ¿Cuánto tiempo te llevó, desde que la abandonasteis hasta que volvisteis al lugar? — Freire observaba a la muchacha, esa travesura no sólo le había costado la vida a una persona, sino que le había dado un golpe al caso, uno tan grande que podía hacer que nunca se descubriera al culpable.

— Tardé unos veinte minutos — la muchacha lloraba como un monzón —. No quería que eso pasara. No tenía que ocurrir nada, sólo era un susto — se agarraba a su madre. — Eli nos dijo que la atábamos y al día siguiente, antes de ir al instituto, la soltamos.

— Entiendo — respondió la madre, mientras que el padre la observaba con los ojos abiertos. Se había alejado de ella unos centímetros, como si no reconociera a su propia hija

— Este es un pueblo tranquilo. Nunca pasa nada. ¿Qué era lo peor que podía sucederle? — Murmuró.

— Lo peor ya le pasó — Freire intentaba mantenerse firme y no decirle las cuatro cosas que pensaba. Sintió un intenso calor en el pecho, el monstruo que se encerraba en su interior gr
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