— Buenos días, agente Freire — había bullicio a su alrededor, la campana del recreo acababa de sonar.
— Tengo que hablar con usted a solas — cerró la puerta del despacho, — últimamente está muy ocupado.
— No es para menos, los padres siguen exigiendo compensaciones por lo del registro y hace un rato me acaba de llegar el aviso de la muerte de otro de nuestros muchachos — empezó a agarrar papeles sin orden, como intentando aparentar que tenía mucho trabajo. — Tengo que organizar una charla por el tema de las drogas y enviar un montón de papeleo para que nos adjudiquen más psicólogos; la que tenemos está al borde de un colapso.
— Creo que la charla llega tarde — Freire no tenía prisa, se sentó en la silla y vio la expresión de alarma en la cara del director.
— No me lo recuerde, cada vez que lo pienso — se sentó dándose por vencido, — siempre he presumido de buenas prácticas en mi instituto. Cuando un alumno me avisó del olor a marihuana me puse a mover a los profesores y coloqué más