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Unas grandes manos recorrían mi desnudez. Me abrían las piernas y hacían el espacio necesario para que Rodrigo regara su lengua por los labios de mi sexo, abiertos por los dedos inquietos de sus manos.

Me removía sobre las sábanas, tratando de entender que estaba siendo despertada por una intensa necesidad sexual de un hombre que me había hecho el amor poderosamente dos veces la pasada noche, y ahora a las cinco de la mañana, hora que confirmé en el reloj de pared enorme que había en una esquina de su suite, ese mis lo hombre quería más, y mi cuerpo y yo parecíamos querer dárselo.

— Dios Rodrigo — me dí la vuelta sobre mi cuerpo y él me volvió a poner en mi sitio sin dejar de castigarme con su lengua lujuriosa — ¡Más!... Quiero más, por favor.

Mi voz salía como la de una ninfómana
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