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Bajo aquella luna, las benditas estrellas y el cañonazo del espectáculo en vivo al que habíamos asistido y al que no estábamos prestando la mejor atención, sus manos me pegaban a su cuerpo y su boca amenazaba a la mía con destrozarla a besos en cada mordida y gemido que sentía dentro de ella, en aquel intenso beso que nos dábamos.

Mis dedos no sabían cómo desprenderse de su pelo y mis labios dolían de tanto choque eléctrico con ellos suyos, haciendo de cada encuentro de nuestras bocas, un mar de deseo en aquellos besos.

Maldecía internamente el hecho de no haberme puesto ropa interior a última hora, porque estaba tan húmeda y lista para dejarlo avanzar en mí, que sentía que si perdíamos los papeles en aquel lugar, me subiría a su cintura y le rogaría una penetración desbocada e impresionante.

— Hostia nena, quiero hacerte mía con locura — susurraba entre mis labios y los aplausos a nuestro alrededor, no lograban hacernos perder la conexión que habíamos creado.

— Es un error Rodrigo. Demasiado complicado — me repetía más para mí que para él, pues mientras me raspaba la mejilla con sus caricias de fina barba, yo intentaba poner en perspectiva lo que allí sucedía.

No habíamos visto ni un segundo del evento al que habíamos asistido y la verdad no podía importarme menos. Su cuerpo fue moviendo al mío por el suelo, y de pronto me sentí tropezar con un árbol, dónde me descubrí recostada en plena oscuridad y con aquel magestuoso hombre bajando su boca a mi escote y haciéndome enloquecer.

— Un error que volveremos bendición nena... Eres deliciosa — acunaba su cabeza con mis manos y sentía las suyas sobre la caída de mis nalgas entrando por debajo de mi vestido en pleno intemperie nocturno — duerme conmigo esta noche por lo que más quieras. Te deseo demasiado. No consigo pensar en otra cosa.

En el momento en que su mano rozó mi humedad salté en el lugar y Rodrigo se devolvió a mi boca, haciendo que no pudiera resistirme a él y prometiendole poseída, que sería suya toda la noche.

Tropezabamos con todos los muebles que íbamos sorteando a ciegas por la suite de él.

El camino de regreso lo hice apretando las piernas y viendo como sus oscuros ojos no dejaban de ver los míos, sus manos no paraban de tocarme y su boca nunca se separó de la mía por más de cinco minutos. Era de locos el deseo sexual que se había implantado entre los dos. Nos deseábamos de manera animal y estabamos reaccionando justamente así, bestialmente.

No hablábamos. Solo gemiamos. Él jadeaba. Yo gruñía. Nos decíamos con la vista lujuriosa, lo que queríamos que el otro hiciera.

Nos incruatamos en una pared y dejando que me subiera sobre su cuerpo, le saqué toda la ropa de su parte superior y lloriqueé cuando me pegó con fuerza contra su erección.

— Tómame por favor — me sorprendió a mí, tanto como a él, aquella súplica.

— Siempre lo haré nena.

Me dejó caer sobre el colchón y se acercó a mí cuerpo, acallando mía ansias con su boca en la mía y de esa forma impidiendo que su premonición a que yo rogaría, se hiciera todavía más real.

Sus dientes caminaron por mi cuello, bordearon el hueco que conectaba con mi hombro y se llevaron en su camino mi tirante, sacando el otro de mi cuerpo con su mano mientras su boca se bebía mis pechos, estirando mis pezones en sus labios.

¡Dios, que placer me daba!

Lo abracé con mis piernas y comencé a buscar su cinturón mientras me arqueba ante cada lamida que me daba.

Se separó de pronto de mí, alzó su glorioso cuerpo y cuando sacó la poca ropa que le quedaba encima, arrancó la mía y se perdió entre mis piernas.

Mis muslos lo abrazaban mientras su lengua abrasaba también mi sexo. Era enloquecedor sentirme como me sentía, pero no quería que parara.

Podía justificar mi entrega con su cazería, pero no sería justa con ninguno de los dos.

Simplemente había pasado. Lo había deseado desde que lo ví, no pude resistir lo que me hizo sentir y el tiempo que llevaba sin echar un polvo, maximizó las ganas y me dejé llevar.

Aquella noche me sentía muy suya y el poco tiempo que habíamos jugado al quiero y no puedo, había intensificado el magnetismo entre los dos y habíamos sucumbido finalmente.

Un orgasmo y muchos gritos después, se puso un preservativo y me penetró hasta el final de mi espacio, haciendo que sintiera que podía morirme en aquel momento de tanto placer celestial.

— Sabía que sería así — gimió para mí — que eras exactamente lo que buscaba. ¡Dios !... Como me gustas.

Yo no podía hablar. Solo sentir y gritar.

Él era dulce, tierno, gentil en la cama y nunca en toda mi vida me había sentido tan bien en la cama con un hombre.

Fue una entrega total. Un deseo infinito y un placer sobrehumano lo que me hizo sentir, en aquella suite de hotel, dónde iniciaba la historia de amor más demoledora que jamás pensé vivir y que desde luego se escondía detrás de aquel hombre pasionado, que juraba ser solo mi jefe y un tiempo después me demostró la realidad que escondía aquel viaje idílico.

Había toda una intención escondida detrás de aquella enorme pasión del caribe...

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