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— Eres mi jefe — susurré casi pasando mi lengua por sus labios que estaban abiertos sobre los míos, bañándome con su exquisito aliento gracias a su cercanía — no voy a besarte.

Al mismo tiempo que yo me mentía a mi misma, pues tenía más que claro que iba a besar a ese hombre más temprano que tarde porque era bastante incapaz de evitarlo para siempre, él se relamía los risueños labios.

— Este viaje promete nena — avanzó con su mano un poco más y tuve que detenerlo con la mía o definitivamente abriría las piernas en aquella silla para que me hiciera suya con lao dedos allí mismo y le daría aquel beso que tanto me estaba costando rechazar — esperaré ansioso a qué me supliques que te bese — jugo con su nariz en la mía — que te toque — avanzó con sus labios por mi mejilla hasta que se detuvo en mi oído y juró — y que te tome toda la m*****a noche como si no hubiese un mañana más allá del momento en que me meta dentro de tí... Lucy.

Tenía los ojos cerrados. Estaba muy excitada y su m*****a boca sostenía aquella sonrisa perenne que noe dejaba concentrarme.

Se levantó, acomodó su ropa y cuadrando los hombros se retiró a su silla para no volver a mirarme con deseo en todo el resto del día, en el que sentí un desasosiego irrespetuoso con mis propios principios, pero que no era capaz de aplacar. 

Un maldito día y ya estaba enviciada de su arte para conquistar.

En la tarde tuvimos otras dos intensas reuniones y me ví obligada a preparar informes para su secretaria en España, que ni se molestaba en responderme uno solo de los emails que le mandaba con ellos. La tía estaría jodida porque me hubiesen escogido a mí, que ni siquiera había puesto un pie en su empresa para este paradisíaco viaje al lado de semejante hombre.

Amén de estar en dónde me había propuesto estar, que era lejos de sus intentos de seducción, me sentía un tanto apagada y desanimada.

Supuse en algún momento de mis descarrilados pensamientos, que debido a que nuestra relación había empezado de una impresionante manera por su parte de cortejarme, el tremendo abismo que se había levantado entre los dos el resto de la tarde me había hecho sentir como menospreciada por estrecha. Pero ni siquiera esa absurda teoría me haría rogarle nada de lo que dijo que le suplicaría, por mucha razón que tuviera en cuanto esa posibilidad.

Hacía tanto tiempo que no me acostaba con un hombre, que me parecía más que raro la evidente disposición a hacerlo que tenía con él, viendo la cantidad de tiempo que empleaba a desearlo en mi mente y para colmo en mi cuerpo, cada vez que se me acercaba incluso, si no hacía más que respirarme cerca.

El sonido del teléfono de la habitación me sacó de mis investigativos análisis mentales en cuanto a la solución posible de mi problema de extremo deseo sexual por mi jefe, y me ví casi corriendo para contestar antes de que colgaran. Había estado en la ventana mirando la vida más que activa de aquella caliente ciudad, adjetivo más que correcto para mí situación allí.

— ¡¿Diga...?!

— Se te escucha un poco agitada nena — me sonreí descarada, aprovechando el hecho de que él no podía verme subiendo una pierna a la silla que tenía delante y mordiendome una esquina de mi boca sonriente — lo siento... Lucy.

El muy descarado intentaba poner esa distancia que había estado trabajando durante el día, pero su tono ronroneador, lo delataba. Además de la sonrisa se sabía que tenía en sus deliciosos labios.

— Prefiero no dar detalles de lo que estaba haciendo — le dije jugando con él. 

Después de una pausa, en la que casi cuelgo porque pensé que se había caído la llamada, lo sentí respirar largo, como si hubiera estado aguantando la respiración más de lo saludablemente recomendado y finalmente dijo — ¿Que llevas puesto?

¡Dios mío que sexy se oía esa simple pregunta hecha por él!

Apreté mis piernas en el sitio, ye miré la ropa interior cubierta por el albornoz abierto del hotel, que era mi única prenda y me relamí los labios antes de decir — también prefiero no responder.

— Estás jugando demasiado mal y me estás dejando ganarte demasiado bien — dijo serio y duro, casi con la voz etérea porque no quedaba clara su postura del todo. No sabía si estaba divertido o cabreado — arréglate que salimos en media hora a cenar fuera y a un espectáculo citadino y turístico que necesito que conozcas.

Cambiando del todo el curso de nuestra divertida conversación colgó sin dejar que emitiera ningun tipo de comentario.

Justamente media hora después, estaba cerrando la puerta de mi habitación, con los zapatos en la mano y un sobre negro como accesorio, pues ni una sola joya me había puesto. Mi vestido era negro, de tirantes y un escote que bordeaba en forma de lomas las cumbres de mis pechos y los hacía más accesibles. La prenda se pegaba a mi cuerpo hasta la altura del final de mis muslos dónde hacía un pequeño vuelo, que rompía con la seriedad del resto del vestido y color. Sin embargo, era intensamente sexy y me hacía sentir increíblemente segura y deseable.

Cuando me calzo el segundo tacón, escucho un gemido a lo lejos y mis ojos verdes se deleitan en los oscuros de Rodrigo que no disimula ni un ápice su aprobadora postura ante mi atuendo.

— ¿Estoy bien así,para donde sea que vayamos a ir? — pregunté fingiendo que no me dolía el sexo de lo mucho que aquel hombre me ponía solo de sentir su hambrienta mirada caminando por mí cuerpo.

— Estás dolorosamente perfecta nena — dijo otra vez mostrando una participación afectiva diferente a la que debería tener pero que no podía evitar, y destruyó la distancia entre ambos poniéndose tan cerca de mí, que su índice recorrió mi escote de derecha a izquierda y disfruté aquel pequeño pero intenso toque — sacaría tus pechos de aquí adentro ahora mismo, jugaría con mi lengua en tus pezones y metería mi mano dentro de tus piernas para descubrir que no me equivoco al pensar que no tienes ropa interior y te follaría desbocado hasta que te quedes ronca de tanto gritar.

Para cuando terminó de exponer sus deseos, haciéndolos míos también, subió su vista de mis pechos a mis ojos y me obligué a pronunciar lo único que se me ocurrió en ese momento para controlar la situación otra vez.

— Te recuerdo que tú me dijiste que no te acuestas con tus empleadas — pronuncié como pude y no le contesté que efectivamente no llevaba ropa interior porque sería como volver a entrar en terreno extremadamente peligroso.

Llevó sus manos a los bolsillos de su pantalón y dió un paso atrás, pero no apartó la vista de mi escote en ningún momento.

— Yo prefiero no recordarte ciertas cosas a tí ahora mismo.¡Vamos!

Como solía suceder al parecer más seguido de lo que me gustaría, Rodrigo era muy enigmático cuando hablaba. Le gustaba dejar todo en un suspenso que me confundía porque lo hacía parecer a él, como si supiera cosas de mi que no tenía como ni por qué.

El viaje hacia el sitio al que nos dirigíamos lo hacíamos en taxi. Casi sonrío de pensar en la absurda posibilidad de que estuviera evitando moverse con el chófer que le había provocado aquel ataque de celos que aún no lograba asimilar o justificar. Desde el día y momento de nuestra llegada al hotel no lo habíamos vuelto a ver, pues las reuniones se habían realizado dentro del mismo y sinceramente me sentía agradecida por eso, pues el calor era infernal y el jet lag eran algo que me habían golpeado un poco y el haber permanecido dentro del lujoso hotel, lo hizo más llevadero.

Íbamos en silencio sepulcral, lo que me permitía admirar la vida nocturna una vez más de la ciudad. Pasamos por un túnel, que nos condujo hacia el destino al que íbamos, dejándonos finalmente en la entrada del morro de La Habana. Una fortificación de la época de la colonización española, que se utilizaba en aquellos años para cuidar la ciudad y ayudar a los marinos a orientarse con la luz de su faro.

— Voy a mostrarte uno de los rituales diarios que tiene esta ciudad desde hace décadas y que te resultará muy original y espero que entretenido.

Aquellas fueron las primeras palabras que salieron de su boca nada más bajarse del coche y brindarme su mano para salir yo también.

La cercanía con su cuerpo me pareció extraordinaria nuevamente. Me había rodeado la cintura con su mano y no siquiera la tela del vestido que cubría mi espalda me separó del calor de su tacto.

Suspiramos. Nos observamos un rato largo y luego, salimos caminando como cualquier pareja de las muchas que había allí para ver el espectáculo.

El suelo era de adoquines y me hacía muy difícil el caminar en tacones pero el caballero a mi lado, me mantenía segura sobre mis propios pies con su cuerpo fusionado con el mío.

— Joder — me quejé de manera grosera sin poder evitarlo — putos adoquines.

La carcajada de mi jefe se hizo presente, así como sus manos en mi cuerpo levantándome del suelo para llevarme en brazos hasta unoa cañones que habían al borde de un muro empedrado y un precipicio que dejaba ver el mar debajo de el, y a lo mejor, muy lejos... del otro lado del mar se observaba toda la ciudad decorada en pequeñas luces de muchos colores que era precioso como colofón nocturno.

— ¿Está era tu idea cuando no le dijiste que no debía usar zapatos tan altos? — el olor de su cuello me estaba dando muchas ganas de besarlo desesperadamente.

— La verdad no tuve en cuenta ese detalle, pero me gusta mucho el resultado de mi despiste — sonrió en mi mejilla y me besó detrás de la oreja cuando me dejó sobre el suelo, delante de su cuerpo y rodeó mi cintura con sus manos, pegándome a su cuerpo detrás del mío.

— Es precioso aquí — reconocí admirada, tratando de no sentir de más su cercano magnetismo — gracias por traerme.

Apoyó su barbilla en mi hombro y así como me asombraba la confianza con que nos tratabamos de vez en cuando, me asombraba todavía más la comodidad que sentía entre sus brazos.

— Te deseo mucho Lucy — me susurró al oído, ignorando por completo mi anterior comentario.

Sus manos absorbían los temblores de mi vientre con cada caricia que le daba y se me hacían invisibles las personas a mi alrededor cada vez que me suspiraba en el oído.

En algún punto entre la cordura y la locura, el placer y el dolor, el sentido común y la irracionalidad, me dió una explosión de sinceridad y decidí al menos en aquel momento sumarme a su juego de seducción, que luego me traería enormes consecuencias y le dije, girando mi cuerpo para perderme en su boca...

— También te deseo Rodrigo.

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