Capítulo 8 – El deseo prohibido
La lluvia cae con una fuerza extraña esta noche. Es como si el cielo descargara todo lo que yo llevo adentro.
Cada gota que golpea el ventanal parece marcar el ritmo de mi respiración agitada, de este deseo que intento negar, pero que crece más cada día.
La casa está en silencio, tan callada que hasta el tic–tac del reloj me resulta insoportable.
Camino descalza por el pasillo, con una taza de té que ya se enfrió hace rato. No puedo dejar de pensar en él. En Víctor.
Lo único hermoso que en este momento me está pasando es tenerlo en mi vida.
Cuando pienso en él, siento una calma que me envuelve como un abrigo invisible, como si su presencia pudiera apagar todos mis miedos.
Pero cuando está lejos… el frío me atraviesa y me cuesta respirar.
Necesito perderme en su voz, en sus silencios, en ese modo tan suyo de mirarme, como si todo el mundo desapareciera y solo existiéramos nosotros.
Esta mañana recibí su llamada. Al principio creí que era un sueño