Buenos Aires, 2019
Noche de verano. Estoy aquí, en el balcón de mi cuarto, en casa de mis padres. Hasta que Alan regrese de su viaje, este refugio sigue siendo mi único respiro. Solo pensar en volver con él me oprime el pecho. Me causa tristeza, cansancio… un dolor mudo que ya no sé cómo disimular. Observo las estrellas y dejo que la luna me hable. Suspiro una y otra vez las mismas palabras, como un conjuro: “No dejes de soñarme… así como yo no dejo de pensarte.” Esa luna me lo recuerda a él. No puedo dejar de pensar en Víctor, en aquella noche en la cocina. Su voz, su mirada, su forma de escucharme… Fue como un antídoto. Por primera vez en mucho tiempo dormí con una sonrisa. El insomnio que Alan me provoca desapareció esa noche. Con él —con Víctor— me sentí viva, y eso fue suficiente para dormir en paz. El solo hecho de compartir la cama con Alan me roba el sueño. Cuando logro dormir, las pesadillas me devoran. Rubén intenta distraerme con bromas, y a veces lo logra… pero en el fondo, nada alivia del todo esta angustia. Solo él lo hace. Verlo fue bueno. Me hizo bien. Se interesó en mí, y eso me descolocó. Me preguntó por mi matrimonio, con esa voz que atraviesa defensas. ¿Por qué lo haría? ¿Por qué querer saber más de mi vida? Cada vez que lo veo reunido con papá, siento su mirada fija sobre mí. ¿Cómo explicarlo? Es una mezcla de nervios, deseo, y algo que no sé si debería llamarse amor. Al principio lo tomé como un juego. Me encantaba provocarlo, ver cómo intentaba disimular. Yo sabía que lo tentaba. Y aunque ahora se esfuerce por ocultarlo desde que me casé, sé que le gusto. Su mirada me lo grita en silencio. A veces, parece suplicarme que me acerque. Si él supiera lo que me provoca su sonrisa… Cada vez que me mira así, siento que podría perderme en sus labios. Mientras escribo esto, río bajito como una loca enamorada. ¡Me encanta verlo luchar contra lo que siente! Sé que busca decirme algo, aunque no pronuncie palabra. Esa noche, en la cocina, me pidió que lo mirara y le dijera qué veía en sus ojos. No me animé. Moría de ganas, pero no pude. Porque lo que vi fue fuego. Pasión. Deseo. Y unas ganas infinitas de besarme. Cuando su mirada se detuvo en mis labios, lo supe: me deseaba tanto como yo a él. --- Víctor El sol caía lento sobre el jardín. Víctor descansaba en una reposera, fumando un cigarrillo mientras Elena le hacía masajes en la espalda. Sus manos lo recorrían con cuidado, sus labios buscaban su cuello. Pero esa tarde, él no respondió. Elena se detuvo. —¿Qué te pasa? —preguntó, notando la distancia. Él apagó el cigarrillo, sin mirarla. —Nada… solo un dolor de cabeza. Demasiado trabajo. Voy a darme una ducha. Besó su frente y se alejó. Pero Elena no se creyó una sola palabra. Era una mujer obsesiva, incapaz de tolerar una sombra de duda. Cuando algo no encajaba en su mente, lo investigaba hasta destruirlo. Mientras Víctor dormía, ella tomó su celular en silencio. Sus dedos temblaban. No encontró nada… y aun así, la frustración la hizo estallar. El teléfono voló contra el piso. Víctor despertó sobresaltado. —¿Estás loca? ¿Qué te pasa? —gritó, mirando los restos del celular. —Me rechazás, tenés el teléfono bloqueado… ¿qué se supone que piense? Él la enfrentó, cansado, exasperado. —¿Querés revisarlo? ¡Adelante! —lo desbloqueó y se lo arrojó—. Mirá todo lo que quieras. No tengo nada que esconder, Elena. Solo estaba cansado. Tomó aire, se pasó una mano por el rostro. —Voy a salir a despejarme. ¿Necesitás venir también? —dijo con un sarcasmo que la dejó sin respuesta. Elena observó la pantalla rota. No había nada comprometedor, pero su mente no encontraba paz. ¿Por qué lo bloqueó? ¿Por qué se aleja de mí? Su cuerpo se tensó. No podía quedarse quieta. Minutos después, lo seguía en el auto. A distancia, lo vio detenerse frente a una casa. La casa de los Méndez. Él permaneció unos segundos frente al portón, indeciso. Luego tocó el timbre. Eduardo —el padre de Gema— le abrió la puerta. Elena respiró aliviada… solo por esa noche. Porque si algo intuía, en el fondo, era que esa calma era mentira. Y que el verdadero peligro no era una aventura pasajera, sino una mujer que su marido no podía dejar de soñar.