98. Hasta que la muerte nos separe

Se escucharon pasos y dos hombretones, con muy malas pintas, se pararon cerca de ellos.

Steve tuvo una premonición siniestra en su corazón.

— ¿Recuerdan lo que les dije que podían hacer más tarde? Eso de desahogarse con la mujer. Toda suya – Amaia señaló a Emma con la cabeza como si fuese solo estiércol.

— ¡No, no! ¡¿qué está haciendo Amaia?! ¡Deja a Emma en paz, estoy dispuesto a firmar lo que quieras, a hacer lo que desees, pero déjala tranquila, ya la has torturado lo suficiente!

Steve comenzó a forcejear destrozándose las muñecas, intentando liberarse para ayudar a Emma, que ya estaba siendo desatada de la silla por esos tipos asquerosos.

—¡Tú también eres mujer, cómo puedes hacerle eso, firmaré lo que quieras, golpéame a mí, a mí!, ¡¡yo fui quien te dejó desgraciada!!

— ¡¿Ahora te diste cuenta de que soy mujer?! ¡Cuando tu perra me sacó desnuda de tu empresa, por qué no pensaste en la humillación que pasé, en cuantos hombres me vieron desnuda!

Amaia le gritó mientras golpeaba c
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