El sol apenas comenzaba a asomarse entre las nubes cuando Camila bajó a la cocina, con la esperanza de tomar un poco de té y evitar las preguntas de los demás. No había dormido bien, y su estómago volvía a protestar con un malestar persistente que se intensificaba cada vez que olía ciertos alimentos. Apenas podía mirar el desayuno sin sentir una arcada.
—¿No va a comer nada, señorita Camila? —preguntó Marta, con una expresión preocupada mientras servía huevos revueltos para uno de los empleados.
Camila intentó sonreír.
—Después, más tarde. Todavía no tengo hambre.
Tomó su taza de té y se alejó rápidamente, evitando cualquier intento de insistencia, pero, sobre todo, escapando del olor que le estaba revolviendo el estómago.
Se sentó en un rincón