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La labor comenzó rápido y luego se detuvo en falso. Dieciocho horas de contracciones que venían en oleadas, empezaban fuerte y luego se desvanecían, solo para regresar con venganza cuando Michaela finalmente lograba respirar.

Nick había pensado que sabía lo que era impotencia. Había estado equivocado.

Esto —observar a la mujer que amaba retorcerse de dolor, sabiendo que no podía hacer nada excepto sostener su mano y murmurar palabras inútiles de aliento— era impotencia real.

—Respira, amor. Conmigo. Adentro... afuera... —Nick demostró el patrón que la doula les había enseñado.

—Vete a la mierda con tu respiración —jade

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