Alberto se quedó tres días sin acercarse más de lo necesario. Llegaba a la oficina temprano, hacía su trabajo de "consultor", y se iba sin pedir tiempo personal con Michaela. Era como si entendiera que necesitaba espacio, tiempo para procesar que el extraño haciendo análisis de riesgo corporativo era su padre.
El cuarto día, Michaela lo encontró.
Era tarde, casi las nueve de la noche. Nick estaba en reunión con abogados. Sara se había ido hace horas. Y Alberto estaba en sala de conferencias pequeña, rodeado de documentos sobre la conspiración de Ricardo, tomando notas meticulosas.
—¿Puedo entrar? —Michaela tocó en marco de puerta.
Alberto levantó vista, sorprendido.
—Por supuesto. Es tu oficina. —Se levantó, como si ella fuera dignitaria visitando.
—Siéntate. —Michaela entró, cerrando puerta—. Y deja de actuar como si fueras a romperme si dices algo incorrecto.
—Hábito. —Pero se sentó—. Cuando pasas años en AA, aprendes a ser cuidadoso con todo lo que dices.
—¿Cuánto tiempo? —Preguntó—