Mía se acercó al cristal de la unidad de terapia intensiva. No la habían dejado entrar a verlo, no dejaban entrar a nadie más que a su tío Carlo, que era médico. Su condición era crítica, así que tenía que conformarse con verlo a través del cristal.
Estaba entubado, conectado a tantas máquinas que no se sabía dónde terminaba él y dónde empezaban los monitores. Tenía canalizadas venas de los dos brazos y gran parte de la cabeza vendada.
A Mía le temblaron los labios cuando los pegó a la superficie fría.
—No me dejes, amor —susurró—. No puedes dejarme, te necesito. —Su frente se pegó al cristal, sintió aquella opresión en el pecho que ya le era tan familiar y las lágrimas empezaron a correrle por el rostro sin que pudiera detenerlas—. No te atrevas a dejarnos, Le