CAPÍTULO 21. TENGO QUE DECÍRTELO

Viéndola dormir tan desnuda como había nacido, con los ojos cerrados y una sonrisa ligera en el rostro, Leo no pudo recordar un solo instante de su vida que fuera mejor que aquel.

No estaba seguro de cuántos días habían pasado, la tormenta había desaparecido y en su lugar quedaba solo un invierno lleno de frío que tentaba a los abrazos… No era como si necesitaran más tentación que estar juntos, pero parecía que tanto el destino como la naturaleza habían confabulado para tenerlos allí, juntos.

En todo aquel tiempo no habían hablado de lo que sucedería después. Él le había dicho: «No te vas a ningún lado» y ella no se había ido. Sin embargo sabía que el día de la boda no estaba muy lejos y tendrían que definir lo que harían.

Leo estaba más que convencido de que era una locura, de

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