La habitación estaba sumida en un denso silencio, solo interrumpido por el suave zumbido de los aparatos médicos que monitoreaban cada latido de Don Salvatore. Sentada frente a su imponente figura, la gravedad de la situación pesaba sobre mí. Don Salvatore, a pesar de su fragilidad, emanaba una firmeza que desafiaba su condición de salud.