Acostados bajo el manto de los pétalos de rosas, el atardecer se sonro mientras los rallos de sol iluminaban a la pareja que se amaban y la brisa golpeo sus pieles. Pero nada era comparado con el calor que sus cuerpos emanaban.
Los sonidos de sus gemidos y sus respiraciones agitadas era igualada que la melodía de los cantos de las aves.
Ella jadeó cuando él mordió ligeramente su pezón y luego lo chupó.
Las sensaciones que envolvían su cuerpo eran tan extrañas para ella y las chispas la dejaban sin aliento. Todo fue demasiado intenso.
Prestó su divina atención a sus dos pechos hasta que ella tembló en sus brazos.
Aparto su cabello solo para que sus ojos se abrieran cuando notó que su camisa ya se había quitado y sus pantalones.
Su mandíbula se aflojó y sus ojos se duplicaron cuando vio ese enorme bulto. Esta era la primera vez que veía un falo tan grande y la dejó sin palabras.
Sólo había una cosa en su mente en ese momento.
Él la partiria en dos.
—...Leo... —ella tartamudeó retrocedie