Sin embargo, la imagen de él abrazando a Montserrat seguía en su mente como una espina clavada en la piel.
Molesta consigo misma, tomó su teléfono y se dejó caer en un sofá. Justo cuando pensaba que debía relajarse, la pantalla iluminada captó su atención.
Un número desconocido.
Frunció el ceño,