—Y yo tampoco.
Alicia avanzó sin pedir permiso, como si él no estuviera, abrió un gabinete y sacó un vaso. Lo llenó en el fregadero, bebió a pequeños sorbos, tratando de no temblar. Pero su corazón palpitaba con una fuerza casi audible.
—¿No puedes dormir? —preguntó Dante, rompiendo el silencio co