—¡No voy a detenerme! —gritó con los ojos vidriosos—. Me imagino que estás feliz. Eres un bastardo.
Y entonces fue como si una bomba estallara dentro de él.
Su expresión se transformó en una máscara oscura, rígida. Dio un paso hacia ella, y su mirada se volvió hielo puro.
—Suficiente —espetó. La