El silencio entre ellos era denso, cargado de electricidad contenida. Alicia aún podía sentir el roce de los labios de Dante en los suyos, el eco de aquel beso que había encendido algo peligroso entre ellos. Su respiración era errática, sus pensamientos un torbellino.
Pero Dante no le dio espacio para dudar. Sus ojos, encendidos con una mezcla de deseo y determinación, se fijaron en los de ella y, sin titubeos, acortó la distancia entre ambos nuevamente. Esta vez no hubo vacilaciones ni incertidumbre. Sus manos tomaron el rostro de Alicia con firmeza, atrapándola en una caricia abrasadora antes de que sus labios se encontraran de nuevo.
El beso fue un incendio desatado. No había dulzura contenida, sino hambre, un deseo que había sido reprimido por demasiado tiempo y que ahora exigía liberación. Alicia gimió contra su boca, sorprendida por la intensidad con la que la reclamaba. Sus dedos se aferraron a la camisa de Dante, tratando de encontrar un punto de apoyo en medio de aquel huracá