Sabuesos del Infierno

Corriendo sin aliento. Y no era por hacer ejercicio o ganar una maratón de 15 kilómetros, empero, estaba corriendo.

Amaba correr, pero ¡Dios! Estaba quedándome sin aliento y no era por una alucinación por haber consumido algo, además, no había consumido ese algo desde hacía meses. Estaba tan desesperada y cansada que al gritar no emití ningún sonido, de todos modos nadie, ni siquiera el viento me oiría, deseaba que alguien corriera para ayudarme. No sabía ni tenía idea de lo que huía, solo que era algo con lo que nadie quisiera toparse.

Era una noche a pleno inicio de agosto, llovía como jamás había visto nunca, mi cabello caía pesadamente sobre mi espalda, en ese momento deseé no tenerlo tan largo. Mi rostro era un completo poema dramático. No sentía mis manos y mucho menos mis dedos que temblaban sin cesar. Así que los frotaba para que entrase en calor, lamentablemente no lo lograba.

Llevaba corriendo por una hora ¡Una maldita hora! Había pasado por unas fábricas, embarcaderos y cuando me ocultaba ese algo estaba más cerca. Sentía que cada vez más me alejaba de la ciudad, minutos y kilómetros corriendo sin un lugar fijo a dónde ir; corría sin saber por qué o más bien de qué, solo tenía esa sensación de que era algo, algo «no» de este mundo.

Si, ya lo sé, nadie puede asegurar nada. Pero esa sensación era la que me hacía correr como una loca recién salida del manicomio. Porque, aceptémoslo, nadie corre a mitad de la nada como si algo la siguiera, pudo haber pedido ayuda, pero no, aquí estaba ésta loca corriendo bajo la lluvia y esto no era drama señores.

Me detuve en una pequeña parada de autobús, no había nada más que una solitaria carretera y unos cuantos faroles, más bien era el último que estaba encendido. La parada tenía un pequeño techo. Me dolía el costado de tanto correr, puede decirse que yo huía de un ataque, pero no sabía quién o qué me atacaba. Lo único que me imaginaba era que era algo enorme. Esperaba que fuera un animal a un psicópata, con suerte un animal me mataría en un santiamén con sus filosas garras, en cambio, si fuese un psicópata; me torturaría y me cortaría en pedacitos y serviría sushi de Melinda todos los días como lo había visto en los noticieros. Estaba terriblemente asustada ante esa idea, mis pensamientos siempre me llevaban a eso, quizá yo era una esquizofrénica o una psicópata con doble personalidad…

Aunque realmente nunca le temía a “nada”, en ese momento, estar sola, en la noche, con llovizna digna de una película de terror, debo admitir que en ese momento estaba convertida en una cobarde.

«De todos modos nadie me oirá gritar cuando esa cosa me atrape» pensaba. Estaba lejos de la ciudad. No se oía el más mínimo ruido de los habitantes que podrían vivir a las orillas de la ciudad, no había nada, creía yo saber el porqué. Quizás era la hora de dormir y todos (excepto yo) estaban bajo las cálidas sabanas o viendo series con la chimenea prendida calentándose los pies.

Mis dientes titiritaban del frío, toda mi ropa se encontraba empapada. Los árboles, que eran los únicos que estaban presentes, no se movían ni por el viento que podría llevarme volando a mí. ¿Por qué no se movían? Oh, estaba perdiendo la cordura. Y los escalofríos volvían a cada momento, haciendo que me sintiera peor que antes y lo que realmente mantenía corazón latente a mil por segundo; era eso que me seguía, quería mantener mi respiración en silencio, pero no podía, cada segundo aumentaba más de la cuenta. Hay momentos en los que quieres ser totalmente invisible y silenciosa, esa noche sentí que hacia todo lo contrario, sentía que mi corazón era un concierto de AC/DC latente.

Eran pasos caninos los que se aproximaban, el suelo temblaba con cada paso que daba «realmente es uno grande» me dije. Se acercaba más, y más, y más…

Alguien se acercó a mí jalándome del brazo, y para que no pudiera gritar, me cubrió la boca; era una mano humana. « ¡Un psicópata!» grité en mente abriendo los ojos tan grandes como podía. ¿En serio servirían sushi todos los días con mi carne? Iuggh. Me arrastró mientras pataleaba y en un abrir y cerrar de ojos ya estaba bajo la sombra de un gran árbol. Fue todo tan rápido que la parada estaba a unos cincuenta metros de mí.

— ¿Qué mier…?

Con la débil luz del farol pude ver que ese algo me había estado siguiendo, era mucho más grande de lo que pude imaginar, era una bestia cuadrúpeda de un tamaño descomunal, su cuerpo entero estaba cubierto por escamas grises que brillaban por la poca luz, parte del hombro a la cabeza parecía ser melenas de serpientes delgadas. Su postura era la de un babuino completamente rabioso, una combinación que ningún experimento humano pudo haber sido capaz de crearla o tal vez sí, los humanos somos los peores. No pude ver más, se había detenido por donde minutos antes había permanecido, se comportaba como un perro; olfateaba.

Había dado conmigo.

Quizá su rostro era el doble de horrible del resto de su aspecto, era realmente repugnante, jamás en mi vida había visto cosa igual.

No te muevas —dijo el desconocido, me había olvidado de él al ver esa horrible cosa y su voz había sido música para mis oídos.

Era un joven que no tenía pinta de psicópata, quizá unos años mayor, a juzgar por la débil luz de la noche estaba completamente vestido de negro. Su capucha le cubría la cabeza y parte de su rostro, aunque podía apreciar su mandíbula era cuadrada y firme. Llevaba un carcaj lleno de flechas metálicas que brillaron de un tono azulado y un arco colgando de su espalda. Todo eso me asustó, pero también me hizo sentir mucho más segura.

Un héroe gótico había aparecido.

Cuando bajé la cabeza para ver en qué estaba descansando, él había desaparecido. Aquel repugnante animal venía hacia donde yo estaba y él iba a su encuentro como un valiente caballero. ¿En serio esa cosa me había seguido…a mí? «Oh, Dios, juro que no fue mi intensión dejar de asistir a misa» el animal o cualquier cosa que fuere se abalanzo sobre el muchacho como un felino, me tapé la boca para no articular ningún sonido que hiciera que viniera a por mí. En ese momento pensé en muchas cosas, sería devorada por un monstruo, moriría sin haber conocido a Matty Mullins, moriría sin comprarle a Josh los libros que quería en edición Especial y tampoco iría a Alemania. Oh, no. ¿Y si este era uno de esos animales que iba a acabar con la raza humana? ¿Y si había llegado la invasión alienígena?

El joven se defendía con agilidad, yo no sabía qué hacer, el desconocido estaba en peligro, me había salvado de la muerte y sentí que debía hacerlo. Ir en su ayuda aunque fuese algo inútil « ¿Qué mierda estás pensando? ¡Huye!» debía hacerle caso, pero estaba ese dilema de la consciencia, era como una obligación, una regla que debía seguir, el instinto de “ayudar”, el miedo que había sentido cuando creí que se trataba de un psicópata se había esfumado, no me iba a quedar ahí viendo como alguien moría por salvarme. Me sentía valiente, aunque sabía que no iba a durar mucho, cogí un palo que estaba a un lado y de nuevo corrí, no para salvarme como mi mente me lo ordenaba, era para distraer a la bestia que peleaba con aquel joven, sabía que era algo estúpido hacer algo que nunca había hecho: enfrentarme de algo como eso, pero al verme el joven me dijo, más bien me gritó el muy desgraciado.

— ¿Qué crees que haces? ¡Corre…, corre! —Tenía una fuerza realmente asombrosa, detenía al animal o cosa con sus brazos, su cazadora negra estaba rota, tenía un rasguño bastante alentador, sangraba.

Me había detenido, con el corazón palpitante, sin saber qué hacer. La valentía me había abandonado. Qué cobarde resultó.

Al parecer él no era un humano común y corriente. Pensé que se podía tratar de esos matados en el gimnasio, entrenando por horas y horas para poseer esa fuerza para controlar a las bestias que huyeran del Área 51, pero hubo algo que me dijo que ya debía dejar de suponer y pensar.

Un cálido aliento detrás de mí. Me di la vuelta y dejé caer el palo, había otra criatura como la que peleaba el desconocido. Pensé en correr, pero ya era demasiado tarde, no sentí como me había derribado; estaba encima de mí, con esos afilados colmillos como los de un león dientes de sable a unos centímetros de mi cara y sus garras como navajas —como lo había previsto ante un animal— había clavado en el muslo de la pierna derecha, fue como una estrella fugaz, rápida y un dolor ardiente me invadió. ¡Qué dolor! Un dolor digno del calvario. No veía como zafarme, pesaba demasiado y eso que solo tenía una pata encima de mí, su aliento era insoportable, carne putrefacta, sangre y carne chamuscada, todo mezclado. Quería vomitar.

Habría sido mejor haber corrido y salvarme, pero no podía permitir que alguien muriera en mi lugar. Escuchaba los chillidos de la otra criatura con la que peleaba contra el joven, que peleaba como si acostumbrara hacer esto todos los días y como si ese monstruo supiera que él era peligroso. De seguro se trataba de un sueño, debía pellizcarme y despertar. Sin embargo, el dolor era tan real.

Los ojos de la bestia que tenía encima eran centelleantes, me imaginaba estar en el infierno en cuanto clavara esos colmillos en mi cuerpo —estaba a punto de suceder— cerré los ojos con fuerza para no sentir el dolor, aunque los sentiría de todos modos…, de un momento a otro, hubo un destello de luz que pude vislumbrar a través de mis parpados, un destello que había provenido del cielo. Había que recordar que llovía con una fuerza que podríamos llamarlo: “tormenta Monstruo”, fue un rayo, o algo similar.

Unos segundos después, dejó de llover como si Dios la hubiera desaparecido con un solo chasquido.

Abrí mis ojos pensando estar al otro lado, pero seguía aquí y el animal estaba carbonizado, a un centímetro de mi piel, miré por donde estaba el joven para ver si aún seguía con vida; él ya había matado al otro monstruo y lo contemplaba con una mirada mordaz. Se le había caído la capucha y pude notar que su cabello era de un color dorado, mojado. La cosa, criatura-monstruo-bestia o lo que fuera yacía tendido con una fina y reluciente espada clavada en la cabeza, como hielo, pero era de un hielo brillante, azul cristalino. Cuando él me miró, tenía unos increíbles ojos azules como el océano. Tuve miedo, no era normal, y al moverme, el monstruo que estaba carbonizado se convirtió en ceniza, me levanté del suelo totalmente en shock.

Y decidí huir.

¿Por qué? Por una simple razón, no confiaba en personas como él, aunque me haya salvado la vida, los monstruos no solo eran feos, también podrían ser hermosos si quisieran y… ¿Por qué no pensar en él como uno de ellos? Lo dejé, aunque estaba sangrando y podría estar poniendo en peligro su vida, lo dejé por miedo y desconfianza.

De nuevo me encontraba corriendo entre los estrechos árboles y sus ramas punzantes. Me repetía una y otra vez que alguien como él no podía ser bueno. Y la lluvia que había cesado misteriosamente…, no, todo esto era una pesadilla. La hojarasca estaba resbaladiza, la noche al parecer se había vuelto silenciosa. Estaba tan llena de pánico que no veía por donde me dirigía, los arboles eran altos y estaban esqueléticos, las nubes corrían pero la luna no aparecía para iluminarme ni para mostrar su divinidad y su gran belleza.

Ya no podía seguir, el muslo derecho me dolía como algo que jamás había sentido en mi inmunda vida; aun así intentaba seguir corriendo, ya no tenía miedo, había sobrevivido a lo que ningún ser humano había vislumbrado en sus más horribles pesadillas por algo sin explicación. Estaba perdida, y no era capaz de adivinar las horas, minutos o segundos que habían pasado desde que aquellos monstruos habían aparecido y el chico… el chico que había abandonado.

Me internaba cada vez más en el inmenso bosque, tampoco sabía orientarme y no sabía quién me llevaba si mis pies o era mi cerebro tratando de salvarme. No sabía absolutamente nada. Quería gritar por el dolor, el cansancio, pero la debilidad no me lo permitía.

La herida ardía, podía sentir la sangre escurrir como un líquido espeso hasta mis pies. Me detuve, rompí mi suéter y con ella até mi pierna con fuerza para hacer hemostasia antes de que me desangrara y muriera. No quería ver, como era o qué tan profundo eran los cortes, y por la oscuridad tampoco podía hacerlo. Decidí aminorar el paso, y mientras los minutos pasaban, algo me seguía, lo supe por una rama al quebrarse y mi corazón dio un vuelco y por arte de magia se reanimaron mis fuerzas y corrí pensando en que se trataba de otro monstruo. No veía por donde o qué pisaba, corría hasta que… me vi rodando hacia abajo, había tropezado con las grandes raíces de los árboles y caía hacia abajo revolcándome por la hojarasca húmeda. Intenté detenerme buscando una mísera raíz, algo para sostenerme, no había nada. Y al final de tanto rodar, me detuvo un tronco, pero fue el golpe más horrible que había sentido jamás, me privó de la voz que al gritar no emití ningún sonido.

Había perdido toda la fuerza que me quedaba y tampoco tenía el coraje necesario para levantarme, sentí hormigueos por todo mi cuerpo, una chispa electrizante en cada nervio, poco a poco mi vista fue disminuyendo; aunque no había mucho qué describir; el dolor había cesado de una forma inexplicable, nunca me había sentido tan débil, cansada. Me abandonaba la razón por un oscuro abismo que me tragaba en un remolino donde no había nadie a quien conociere. Me desmayé y lo único que pude ver antes de sucumbir a la oscuridad fue el profundo bosque y una luz.

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