58. Ira Transformado en Miedo

Eryx se acercó despacio, sin interrumpir. Se agachó frente a ambos, observando el rostro del niño.

—Es igual a ti —dijo en voz baja.

—Tiene los ojos de su padre… —respondió ella sin apartar la vista del pequeño —pero todo lo demás… todo lo demás es mío.

Eryx no contestó. Solo asintió. En ese momento entendió algo que ya intuía, Shaya nunca amaría a nadie con la intensidad con la que amaba a ese niño. Y, sin embargo, él no sentía celos. Sentía orgullo.

El pequeño se acomodó en el regazo de su madre, y ella empezó a cantarle una melodía antigua, esa que solía tararear cuando lo tenía en su vientre.

Su voz era baja, temblorosa, pero cada palabra cargada de ternura.

“Duerme, amor mío, duerme en mis brazos,

ya no hay miedo, ni noche, ni llanto…” dijo ella.

Eryx se apoyó en el marco de la puerta, mirando esa escena.

El reloj marcaba las seis de la tarde, y el sol comenzaba a esconderse detrás de los árboles del jardín.

El aire se llenó de un silencio distinto, un silencio de paz.

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