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CAPITULO 3

Blair Cooper

— “No me vuelvo a enamorar. Totalmente para qué. Si la primera vez que entregué mi corazón. Me equivoqué… —cierro mis ojos al sentir nuevas lagrimas bajar por mis mejillas y sonrió a boca cerrada, abrazando el dolor que se expande en mi pecho dejándome sin aliento—. No me vuelvo a enamorar. Porque esta decepción, me ha dejado un mal sabor. Me ha quitado el valor de volverme a enamorar… Ya jamás tropezaré. En nadie me fijaré. No me vuelvo a enamorar…”

Alzo mi mano sosteniendo la botella de ginebra que ya me acabe mientras sollozo de forma lastimera al ritmo de una rola de Juan Gabriel. La música suena estridente dentro de mi camarote y no me importa si molesto a otros huéspedes. ¡Me vale verga! Se supone que estoy en primera clase y puedo hacer lo que me venga en gana. Que al menos me sirva de algo haber tenido un prometido forrado en dinero; aunque eso a mí nunca me importo en lo absoluto, pero la familia de Scott siempre pensó que yo era una perra interesada en su fortuna.

Y la perra resulto ser Merylin Pierce

— ¡Te odio con toda mi alma, Scott Emerson! —Grito y en un arranque loco, lanzo la botella que tengo en la mano y la vuelvo añicos contra la puerta de mi habitación—. Te odio tanto como te amo, pero te juro —me dejo caer de rodillas sobre el piso alfombrado y acuno mi rostro que se siente caliente—… yo te juro que te voy a olvidar —dejo salir una vez más las lágrimas mientras la voz de Juan Gabriel me alienta a sacar todo el dolor que llevo dentro y que en estos seis días no ha menguado ni un poco.

Tal vez haber venido, no fue del todo una buena idea porque desde que subí a este barco no he hecho más que estar encerrada en mi camarote, ahogada en llanto y licor. No he disfrutado de lo que incluía nuestro boleto porque simplemente no he encontrado los ánimos para hacerlo, solo me he limitado a pedir servicio a la habitación para no morir de inanición y dar una que otra vuelta por la proa para respirar aire fresco y ver el mar mientras amanece con un cigarrillo en mis labios; solo así he encontrado un poco de paz.

Cuando la canción de Juan Gabriel alcanza su parte cumbre, un golpeteo suave se escucha al otro lado de mi puerta, cosa que no me sorprende.

—Señorita, Cooper. Varios huéspedes de este pasillo han vuelto a quejarse de la música alta —gritó la voz chillona de una mujer que supongo trabaja en el barco—. Por favor, debe bajarle volumen a la música para no crear incomodidad a los demás tripulantes o si no tendremos que tomar medidas al respecto.

Hago un gran esfuerzo por sentarme, porque todo sigue dando vueltas.

—Disculpe, pensé que había pagado por un boleto de primera clase, no por uno de tercera —grazne en respuesta y llevando mi pecho hacia delante, puse mis manos sobre la alfombra y apoye mis rodillas para gatear por el piso, rumbo a la mesilla donde está sonando mi pequeño parlante inalámbrico.

Juan Gabriel empezó a cantar  “Te voy a olvidar” y fue todo lo que necesite para suprimir de mi cerebro lo que acaba de decirme la mujer al otro lado de mi puerta.

Subí a tope el volumen.

— ¡Señorita, por favor! ¡Mis superiores me llamaran la atención si otro huésped vuelve a quejarse del ruido!

— ¡No me interesa a quien no le guste Juan Gabriel! —Grite en respuesta y caí de bruces hacia atrás, riendo—. ¡Dile al próximo riquillo quejica, que saque un poco de su asqueroso dinero  y se compre unos buenos tapones de oído! ¡Y ya déjame en paz! —Y mientras el vozarrón de Juan Gabriel seguía cantando, me seque las lágrimas y como pude me puse de pie para ir hasta la ducha; no tenía idea de la hora que es y tampoco me importa.

Mi único propósito en este viaje era sanar mis heridas y después de días, comprendí que encerrarme no sería la forma de hacerlo. Ya lo había pensado antes de emborracharme, así que me daría una buena ducha y me pondría el mejor de mis vestidos para bajar al bar de primera clase a bailar y encontrar la manera de no sentirme tan desdichada.

Dos horas después, sentada en la barra del lujoso bar que tenían en el barco, ya había perdido la cuenta de cuantos Martini tome, pero lo que me quedaba claro es que una vez más estaba ebria y supongo que como parte de mi plan de diversión, al ser mi última noche en este crucero también era válido.

—Señorita, creo que ya es hora de que se retire a su camarote —me dice por segunda vez el apuesto barman al verme con la cabeza hundida entre mis brazos—. Si quiere uno de los meseros puede llevarla.

Levante mi cabeza de golpe y todo me dio vueltas, cosa que me hizo reír.

—No necesito ayuda de nadie, ¿de acuerdo? —Lo señale con mi dedo muy seria, queriendo aparentar lucidez, pero mis ojos verdes se cerraban del sueño—. Y no hace falta que me corras, yo sé cuándo estorbo en alguna parte. ¡Así que me voy! —cogí mi pequeño bolso de mano y apoyándome de la barra luminosa, baje del taburete; tambaleando sobre mis altos tacones dorados—.  Adiós, guapo.

—Señorita, por favor, deje que la ayuden —insistió el tipo musculoso detrás de la barra, pero lo ignore y seguí mi camino fuera del abarrotado lugar.

— ¡Yo puedo sola! —Le recuerde mientras avanzaba tropezando con varios cuerpos en el camino y cuando logre salir de ese ambiente envuelto en sudor y nicotina, me apoye de una pared para quitarme los zapatos—. Creo que será más seguro de esta forma —me digo a mi misma riendo y justo una pareja de mujeres que viene llegando me miran como si estuviera loca.

No sé cómo lo hago, pero a pesar de mi ebriedad consigo llegar al pasillo que conduce a las habitaciones de primera clase y cuando voy subiendo el último tramo de las escaleras, me tropiezo y caigo de bruces sobre el piso.

— ¡Maldición! —Me quejo cuando mi rostro ha sido quien amortiguo la caída—. ¿De quién fue la idea de salir de la habitación? —Me riño enojada y con movimientos torpes alcanzo mis zapatos y el bolso de mano que quedaron tirados en distintas direcciones.

Fue un milagro no vomitar cuando el barco se estremeció.

Me apoye de la pared para caminar porque mi vista y mi equilibrio estaban cada vez más  afectados. Todo se veía borroso delante de mí, que, por un minuto considere la idea dormir en medio del pasillo; sin embargo, cuando pensé que estaba perdida mi puerta apareció delante de mis ojos aunque no distinguía muy bien los números en ella, solo la reconocí por el cajetín contra incendios que había a un lado. Para mi buena fortuna y mi descuido al salir antes, me encontré con la puerta entreabierta y no dude en entrar. Todo estaba totalmente a oscuras, pero en seis días me había aprendido de memoria la distribución de las cosas y no se me hizo difícil llegar hasta la cama sin siquiera tomarme la molestia de quitarme el vestido negro.

La tibieza del colchón me provoco un pequeño gemido de placer y a tientas busque una almohada a la cual poder abrazarme mientras soñaba que se trataba de Scott. Y quizás ya estaba soñando, o tal vez no, pero el olor de un perfume masculino me impregno la nariz cuando aspire con suavidad.

—Dios mío, si estoy soñando no quiero que me despierten —murmure sin darme cuenta y caí en un sueño profundo y placentero.

*****

Ezra Lennox

La brisa nocturna esta helada, pero no me afecta en absoluto gracias a la media botella de whiskey que me he bebido yo solo sentado en la misma tumbona donde la madrugada pasada me había follado a Tiffany.

El cielo sobre mi cabeza está completamente negro mientras me fumo el último cigarrillo de mi cajetilla haciendo tiempo mientras Tiffany recogía todas sus cosas para cambiarse a otro camarote. Después de la propuesta fallida, las cosas entre los dos se pusieron un poco tensas y tirantes; ella comenzó a decir cosas extrañas y sin sentido, que se asemejaron a reclamos mal disimulados, por lo que mejor era mantener una distancia prudente y ya luego cada quien seguir su camino.

Tengo que admitir que el rechazo de Tiffany fue algo que no esperaba y como era lógico hirió un poco mi ego, pero no al punto de bajarme la moral. Y aunque encontrar a otra mujer dispuesta a hacer lo que yo quisiera no era el problema, la idea de no conocerla sí que lo era. Necesitaba con urgencia encontrar una candidata para esposa, pero no podía ser cualquiera, tenía que ser una mujer que lograra convencer y satisfacer del todo a mis padres y de todas las chicas que yo conocía, ninguna cumplía los requerimientos a excepción de Tiffany Walsh.

Ella era la candidata perfecta, pero la muy digna me había rechazado.

¿Desde cuándo le importaba el amor y los méritos más que el dinero?

Nunca comprendería a las mujeres.

Ya mañana volvería a la normalidad con una latente y amarga sensación de haber perdido mi tiempo. Siete días de mi vida eran demasiado. Y aunque me sentía derrotado, no descansaría hasta lograr encontrar la solución a mi situación.

Un bostezo escapo de mi boca como evidencia del poco tiempo de sueño que le había concedido a mi cuerpo en estos días; lo mejor era volver a mi habitación y descansar las pocas horas que restaban de esta noche.

—Vaya, al parecer se cansaron de escuchar canciones de mala muerte —murmure al llegar al pasillo que conducía a mi habitación. Había tenido la mala suerte de tener un vecino con terribles gustos musicales durante todo el viaje.

Entre a la habitación sin molestarme en encender la luz, sabía muy bien donde estaba la cama; así que, solo me quite toda la ropa y la deje en el piso antes de meterme a la cama.

Sonreí al encontrarme con una grata sorpresa.

—Pensé que te cambiarias de habitación, nena —dije tanteando en la oscuridad el cuerpo de Tiffany; estaba acostada en una mala posición y con la ropa puesta—. Creo que alguien aquí tomo más de la cuenta.

Soltó un gruñido como respuesta que me hizo reír.

—Voy a quitarte este incomodo vestido para que descanses mejor —un nuevo quejido salió de su garganta mientras bajaba la cremallera en su espalda sin desaprovechar la oportunidad de acariciar su desnudez—. Tu piel está muy caliente.

Su cuerpo se movió sobre el colchón y solo pude advertir su silueta cuando mi vista se adaptó a la oscuridad.

—Folláme —susurró quedito—. Hazme el amor por última vez, por favor —suplicó con voz extraña y enronquecida, tal vez por el alcohol que había tomado, pero no le di mayor importancia cuando ya estaba tumbado a su lado—. Olvidemos lo que sucedió solo por esta noche. Te necesito mucho.

Sus manos me buscaron a través de la oscuridad y cuando entraron en contacto con mi piel, la determinación  me flaqueo.

—No creo que sea buena idea —respondí, obligándome a ser coherente, tomándola de las manos—. Estas más ebria de lo que pensé y mañana podrías arrepentirte de esto.

— ¿Quieres que te ruegue? —Y cuando sus manos encontraron mi nuca, hizo uso de su fuerza y anclo su cuerpo sobre mi regazo; sus labios no tardaron en encontrar los míos, devorándolos con ardor y desenfreno.

Y justo ahí, pegado a la tibieza de su cuerpo, mi fuerza de voluntad se extinguió por completo dando paso a la excitación.

Tal vez me estaba aprovechando de la situación, pero quien podía culparme por aceptar lo que con tanta facilidad se me ofrecía. No era mi costumbre tomar el placer de una mujer de esta forma, pero al escuchar sus gemidos y la forma en que su cuerpo respondía a mis caricias, no me quedo lugar a dudas de que ella ansiaba este encuentro tanto como yo.

Había algo diferente, algo distinto en los besos que Tiffany y su cuerpo se sentía más lleno y voluptuoso, mucho más natural. Sus pechos se amoldaron con una perfección nunca antes vista que no pude resistirme a saborearlos por el simple capricho de hacerla gritar. Su cuerpo se arqueo de deleite ante el contacto, pero no grito, de sus labios salió un gemido como el de una gata en celo, sumergida totalmente en el placer.

Los sonidos que ella profería, lograron erizarme cada bello y terminación nerviosa del cuerpo.

—Déjame tocarte —exigió de pronto, empujando mi cuerpo contra el suave colchón.

Sus manos pequeñas recorrieron cada rincón de mi cuerpo como nunca, como si se tratara de  la primera vez. Su lengua húmeda saboreo con pericia cada centímetro de mi piel, aniquilándome de placer, arrastrándome al borde de un agradable precipicio lujurioso.

—Si sigues así, no voy a durar demasiado, nena —le advertí cuando me tomo con una mana y la calidez de su boca me envolvió por completo—. Déjame cubrirme para que te sientes encima de mí y disfrutes tanto como yo.

— ¡No! —Protestó con la voz más afectada que antes—. Quiero sentirte así, sin nada de por medio. Tomare la píldora del día después. ¡Te lo prometo!

Quise decirle que no; por dios que sí, ella sabía muy bien que usar protección durante el sexo era una de mis reglas de oro, pero por alguna extraña razón, la necesidad que percibí en el tono de su voz me hizo ceder y derrumbar mis restricciones; si esta era una despedida, entre nosotros, entonces le daría la mejor puta despedida del mundo.

Echarle la culpa al alcohol, sonaba como una buena idea, pero sería muy estúpido de mi parte negar lo mucho que disfrute al sentir el contacto piel con piel cuando nuestros cuerpos se acoplaron convirtiéndose en uno solo.

Fue algo místico, casi mágico, las sensaciones que se desataron en mi cuerpo cuando Tiffany comenzó a moverse sobre mí, presa de un trance erótico. La manera en como ella se entregó a mí fue diferente a cualquier otra vez, como si se tratara de la primera vez que nuestros se conocieran de esta forma tan íntima.

Nunca antes ella se había mostrado ante mi tan mundana y entregada, tan apasionada y febril por el deseo, he de admitir que esta parte de ella que desconocía hasta ahora me encanto y me hizo considerar seriamente la idea de persuadirla con sexo el resto de la  noche hasta que aceptara casarse conmigo.

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