—Sé que hay mucho trabajo en la compañía, por eso preferí venir, pero también pensé que me sentiría mucho mejor.
—¿Sabes qué? —dijo él con arrogancia, acercándose a ella—. Soy quien manda aquí, y hoy no quiero que estés en mi compañía. No estoy dispuesto a tolerar torpezas e incompetencia hoy, ve a que te revise un médico, Elizabeth.—No es necesario que me hable así —respondió ella dolida. Un nudo se formó en su garganta, apretando cada vez más a medida que las ganas de llorar crecían.—¿Quieres que te hable con dulzura? —escupió él, mientras ella se tapaba la cara, sollozando.—Eres un idiota. Ser mi jefe no te da derecho a hablarme así —soltó molesta.—¿Idiota? Fíjate bien en tus palabras, Elizabeth —la miró seriamente, y ella bufó.—Ahora mismo recogeré mis cosas y me iré —anunció furiosa.Él la detuvo antes de que pudiera salir. Elizabeth se quedó mirando el agarre férreo sobre su muñeca, que le estaba lastimando.