A pesar de no tener dinero, Naomi poseía una elegancia innata. Su andar, sus gestos, su mirada y su voz le daban la apariencia de una distinguida dama de la alta sociedad.
Se acercó y se acomodó en una de las sillas que rodeaban la mesa.
—Obviamente, usted es la única interesada en este matrimonio. ¿Por qué? Sabe que mentí, que no hubo una violación. ¿Qué busca exactamente? ¿Por qué unir a su hijo a una simple empleada, habiendo tantas candidatas dispuestas a pertenecer a su familia?.
—Como madre, quiero lo mejor para mi hijo. Tengo mis motivos.
—Bien. Acepto casarme con él, pero tengo condiciones.
—Pídeme lo que quieras.
Naomi expuso sus condiciones, la voz firme a pesar de la tormenta que se desataba en su interior. No pidió dinero, ni joyas, ni bienes materiales, solo la libertad de vivir su propia vida lejos de los Torres una vez que el trato se cumpliera. La magistrada, una mujer de expresión severa, la escuchaba con una atención que rayaba en el asombro. Aceptó sin una sola obje