2. ¿De quién es ese hijo?

Ana Paula ahogó un jadeo de impresión ante el espécimen masculino de metro noventa que se plantó frente a ella y la miró con esos poderos ojos azules.

— ¿De quién es ese hijo? — fue lo primero que preguntó Santos Torrealba al tenerla a un endemoniado metro de distancia.

Ana Paula dio un paso hacia atrás y se llevó las manos de forma protectora a su vientre.

— ¿Perdona…? — consiguió preguntar, sin comprender quién era ese hombre o que quería de ella.

— Me escuchaste bien. ¿De quién es ese hijo que tienes allí dentro? — señaló con gesto despectivo su vientre.

— Es mío.

Santos rio sin gracia y echó mano a su bolsillo antes de sacar el móvil y llevárselo a la oreja.

— ¿Cuánto demorará la policía en llegar?

Cuando Ana Paula escuchó aquellas palabras, sus ojos se abrieron de par en par y su corazón latió desmesuradamente dentro de su caja torácica. Se sintió aterrada, y sin saber por qué, intentó huir, pero ese hombre era más rápido y fuerte y la detuvo a unos metros.

Ella chilló.

— ¡No me haga nada, por favor! ¡No tengo dinero!

Santos arrugó la frente y la soltó de mala gana, como si su contacto le asqueara.

— ¿Qué te pasa, loca? Tú no tienes nada en lo que yo pueda estar interesado — espetó tajante y dio un paso hacia ella, acorralándola contra el portón del edificio y su cuerpo. Ana Paula contuvo la respiración — ¿Sabes que la policía ya viene por ti?

— No sé de qué habla, yo no hice nada.

Él sonrió sin gracia.

— ¿Entonces por qué intentaste huir, eh? ¿Por qué te asustaste? ¿Cometiste un delito? ¿Robaste, o… asesinaste a alguien?

Sin saber de dónde sacó fuerzas, Ana Paula lo empujó.

— ¿Cómo se atreve? ¡Yo no soy una ladrona! ¡Mucho menos una asesina! — se defendió con orgullo — Déjeme en paz, no sé quién sea ni a quien busca, pero esa persona no soy yo.

Se dio la media vuelta, molesta y dispuesta a irse. Ya había perdido el día de trabajo por culpa de ese hombre.

— ¿El hijo que esperas es de Cesar?

Ella se quedó helada por largos segundos antes de darse la vuelta.

— ¿Qué ha dicho? — apenas le salió voz.

Santos entornó los ojos. Por esa expresión, no se lo esperaba. Cerró los puños. Contenido.

— No te hagas, me escuchaste bien. ¿El hijo que esperas es de Cesar?

— ¿Tú como sabes de eso? ¿Lo conoces? ¿Él te envió? — preguntó, sin poder evitar mostrarse recelosa. Todos esos meses no había querido saber de ella. ¿Por qué ahora sí? ¿Qué buscaba? ¿Quería quitarle a su hijo?

No. No lo iba a permitir.

Santos miró a Ana Paula como si le hubiesen salido dos cabezas. ¿Era tan descarada para fingir que no sabía que Cesar estaba muerto?

— Eres una cínica — gruñó, negando con la cabeza — ¿En serio vas a fingir?

— ¿Fingir qué? No sé de qué habla, pero algo si le digo — alzó el dedo, señalando como una fiera — Si Cesar quiere quitarme a este hijo, tendrá que pasar por encima de mi cadáver. Él me abandonó.

«¿Quién se creía que era?» Pensó Santos, tomándola de la mano con la cual osaba señalarlo.

— A mí no me amenaces, no sabes el daño que puedo proporcionarte si me lo propongo, además, no quiero escuchar que insultas la memoria de Cesar. ¡Él jamás habría abandonado a una mujer con su hijo en su vientre! — no mentía, tenía tanto poder como para acabar con ella en cuestión de una chasqueada de dedos, pero ahora las cosas se le habían volteado y tenía que pensar en lo que debía hacer, porque si esa criatura era sangre de su sangre, no podía dejarla a su suerte. Era lo que habría querido su tan querido hermano, con quien había compartido toda su vida y eran tan unidos hasta que esa… lo llevó a la muerte — ¿Dónde podemos hablar en privado?

Ella se soltó de mala gana.

— Yo no tengo nada que hablar con usted, salvo lo que ya le dije. ¡Dígale a Cesar qué…!

— ¡Deja de fingir, carajo! ¡Deja de fingir de una buena vez! ¡Cesar está muerto! — bramó, zarandeándola por los brazos.

Ana Paula ahogó un grito de horror, y se quedó petrificada. Por su lado, a Santos le seguía pareciendo increíble lo buena actriz que era.

— ¿Muerto…? ¿Cesar está… muerto? — Dios, su bebé nunca tendría la oportunidad de conocer a su progenitor.

— ¡Ya fue suficiente con tu teatrito, Ana Paula Almeida, lo sé todo de ti y sé que mataste a Cesar! La policía está a punto de llegar, así que vamos a un lugar privado en el que podamos llegar a un acuerdo o entonces tendrás que dar a luz y educar a ese hijo tras las rejas.

Evidentemente, eso era algo que ninguno de los dos quería. Y aunque Ana Paula sabía que era inocente de lo que ese hombre cruel la estaba acusando, se notaba que tenía mucho poder, y ella por proteger a su hijo era capaz de cualquier cosa… cualquier cosa.

— ¿Y bien? — insistió él — No tengo toda la paciencia del mundo para ti.

— Yo vivo aquí, podemos subir y hablar en privado como quieres.

— Muy bien, te sigo — hizo un gesto con la mano para que caminara.

El lugar estaba en condiciones deplorables, así mismo la caja con puerta en la que vivía, y la llamó así porque apenas era un espacio pequeño en el que entraba una cama de una pieza, una cocina pequeña y un viejo tocador.

Le asombró que todo estuviese perfectamente limpio y en su sitio.

— ¿Lo que dices es cierto? ¿Cesar… está muerto?

Santos se giró. Se había quedado sombrado con el lugar.

— Las preguntas aquí las hago yo. Y te agradezco que ya dejes de hacerte la sorprendida con la noticia porque estoy perdiendo la poca paciencia que me queda.

— Yo… no lo maté — aseguró, y por un momento, al mirarla a los ojos, él creyó que estaba siendo sincera.

Rápido apartó esa idea de su cabeza.

— Tengo suficientes pruebas en tu contra.

— ¿Pruebas? ¿Qué pruebas? Muéstramelas — replicó

— Yo no tengo por qué mostrarte nada, menos cuando sé la clase de… — la miró despectivamente — mujer que eres.

Ella suspiró, resignada. Ese hombre estaba convencido de que ella había matado a Cesar.

— Querías hablar en privado — murmuró.

Él asintió.

— Dices que el hijo que esperas es de Cesar.

— Pero yo no quiero nada, lo sacaré adelante sola.

Santos rio. Claro, ahora se hacía la muy digna. Pero a él no iba a embaucarlo.

— Me importa poco lo que tú quieras, pero si esa criatura es de Cesar, no puedo permitir que crezca en un lugar como este.

Ella retrocedió, aterrorizada. Y su rostro se puso tan blanco como el papel.

— ¡No permitiré que me quiten a mi hijo!

— Eso no lo decides tú, y hasta que compruebe que lo que dices es verdad y ese hijo no es de algún amante, entonces harás lo que yo te diga.

— ¿Y… si me niego? — preguntó con temor, no estaba segura de querer escuchar la respuesta. Ese comenzaba seriamente a aterrarla.

— Tendrías a la policía aquí en menos de cinco minutos, y entonces no tendrás derecho a mis opciones sobre ese hijo.

— ¿Por qué tendría que creer que lo que dices es cierto? — preguntó titubeante — Yo puedo demostrar que soy inocente.

— ¿Ah, sí? ¿Y cómo lo harás? Dudo mucho que tengas un abogado o cómo pagarlo.

Ana Paula se sintió hundida.

— ¿Quién eres tú? ¿Por qué tienes tanto interés en mi hijo?

— Será la única pregunta que vaya a responderte. Si por las venas de esa criatura… — señaló su vientre. Ella pegó la espalda de la pared — corre sangre Torrealba, nacerá y se criará como uno.

— Pero… ¿A ti por qué podría interesarte si dices que Cesar está muerto?

— Te dije que era la última pregunta — sentenció antes de encaminarse a la puerta. Con la manija en la mano, la miro por última vez — Te quedarás aquí y no saldrás hasta que yo venga por ti a primera hora del día. Ah, y no intentes escapar, porque te encontraré y entonces la pasarás muy mal.

Ana Paula sintió un terrible escalofrío recorrer su cuerpo entero.

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