Seguimos avanzando por el jardín en silencio. Siento el rostro caliente y no es precisamente por el sol mañanero, sino por la misma vergüenza que siento debido a mi imprudencia. A veces suelo ser… un tanto espontánea. Tanto así, que me olvido de que hay personas a mi alrededor o que soy una princesa que debe mantener las etiquetas.
Como dije un par de minutos atrás, en casa suelo ser solo Harriet.
Sigo caminando al lado de Emma, escuchando todo lo que me dice sobre el castillo. Me siento en una pequeña clase de historia, bastante personalizada y menos estricta. Y no me molesta en lo más mínimo, realmente amo saber la historia detrás de estructuras como estas.
Emma me dice que un año atrás, gran parte del jardín fue rediseñado. Me cuenta que anteriormente no había flores por ningún lado del castillo, solo setos, enredaderas, los mismos árboles que estoy viendo y una que otra palmera.
—Te confesaré algo, Emma —la miro con una leve sonrisa—. Normalmente, las mujeres amamos las rosas rojas