—Entonces, ¿qué fue exactamente lo que le dijiste a tu familia sobre mí? —preguntó Corleone.
Caterine apretó los labios. Había esperado que él se olvidara de eso.
—Nada que no fuera cierto —respondió al fin—. Ya sabes, que eres un gruñón que ladra órdenes la mayor parte del tiempo y que carece de sentido de humor —dijo atropellándose con sus propias palabras.
—¿Así que es eso lo que piensas de mí?
—Sí. ¡No! Lo hacía antes. Ahora sé que tienes sentido de humor.
Corleone soltó una carcajada.
—Probablemente es mi culpa por preguntar.
—Lo que importa es que todo salió bien hoy —dijo Caterine—. Mi mamá te adora y mi papá… bueno, aún respiras. Así que eso debe ser algo positivo, ¿verdad?
Corleone esbozó una sonrisa y, con naturalidad, deslizó una mano sobre el muslo de Caterine, dándole un leve apretón.
—Lo es.
Caterine bajó la mirada hacia la mano de Corleone, tratando de pensar en cualquier otra cosa que no fuera la sensación que su contacto le provocaba. No fue fácil. Especialmente cuando