Greta agradeció al camarero con una sonrisa antes de tomar la cuchara y partir una porción de su pastel.Caterine la había invitado a salir a almorzar juntas, y a Greta le había parecido un buen momento para ponerse al día.—¿Y aún sigues viéndote con Isaia? —preguntó Caterine.Greta levantó la mirada.—La verdad, no lo he visto en algunas semanas —respondió antes de probar el pastel.—Qué lástima. En serio creí que se llevarían bien.—Y lo hicimos, pero no es mi tipo —dijo encogiéndose de hombros.—Podría concertarte otra cita —sugirió Caterine con una sonrisa animada.—No creo que a tu primo le haga mucha gracia —respondió con media sonrisa después de darle un trago a su refresco.—¿Mi primo? ¿Y qué tiene que ver él en todo esto? —preguntó Greta, fingiendo inocencia.—Vamos, Caterine... Eres buena en muchas cosas, pero mentir no es una de ellas. Gino me dijo que te habló de lo que pasó entre nosotros.Caterine le lanzó una mirada de disculpa, ladeando la cabeza.—Está bien, lo admit
Greta echó un último vistazo a su alrededor para asegurarse de que todo estuviera en su lugar y sonrió con satisfacción al ver lo que había logrado. Había invertido varios días en pensar en cada detalle con cuidado porque quería que esa velada fuera perfecta.Apagó las luces del techo; no serían necesarias. El resplandor de las velas artificiales bañaba el comedor con una luz suave y acogedora. El ambiente era íntimo, ideal para una cita.Alisó instintivamente la parte baja de su vestido, aunque no había una sola arruga. Había elegido una de sus piezas más sobrias, en color marfil. El vestido le llegaba a medio muslo, tenía un escote en V y mangas largas. No era un vestido tradicional para una cita romántica, pero era perfecto para lo que tenía en mente. El vestido tenía una hilera de botones en la parte de adelante que lo mantenía cerrado y también hacía que quitárselo fuera más fácil.El sonido del intercomunicador la sacó de sus pensamientos.Debía de ser Gino. Había logrado conven
—Siéntate —ordenó Greta en cuanto llegaron a la sala.Gino obedeció sin decir una palabra, los ojos fijos en ella con creciente curiosidad. No tenía idea de lo que planeaba, pero algo en su tono, en su mirada encendida, lo hizo sonreír con anticipación.Greta le dio la espalda, caminó unos pasos lejos de él y entonces le dio la orden a la asistente virtual de poner música. Al instante, una melodía lenta, sensual y envolvente comenzó a llenar la habitación.Ella se giró despacio y lo miró en silencio, inmóvil durante unos segundos. Entonces, al compás de la música, comenzó a mover las caderas con lentitud. Alzó los brazos por encima de la cabeza y cerró los ojos, dejándose llevar por el ritmo envolvente.Gino se acomodó mejor en el sofá, con una sonrisa de fascinación, y siguió los movimientos, completamente hipnotizado.Greta bajó las manos hasta su vestido. Sin dejar de moverse, empezó a desabrochar los botones, uno a uno, con deliberada lentitud. Cuando terminó con el último, agarró
Greta mantuvo los ojos cerrados mientras Gino la llevaba en brazos hasta su habitación. Aunque su respiración ya se había calmado y su corazón latía con menos furia, su cuerpo aún vibraba con los ecos del orgasmo reciente.Estaba envuelta en esa deliciosa niebla posterior al clímax, donde todo parecía más suave, más lento, más íntimo. Acomodó mejor la cabeza, buscando que su mejilla reposara directamente sobre el pecho desnudo de Gino para poder escuchar el latido de su corazónLe gustaba cuando él la llevaba en brazos. Se sentía a salvo.—Pareces una gatita mimosa en este momento —comentó él, con esa voz suave cargada de ternura y picardía.Sin necesidad de abrir los ojos, Greta supo que estaba sonriendo. Lo conocía tan bien que podía adivinar el gesto exacto en sus labios con solo oírlo.—No finjas que no te gusta —murmuró.—Ni siquiera lo intentaría. No cuando me encanta demasiado.Greta sonrió contra su piel, satisfecha con su respuesta.—¿Qué te parece un baño? —preguntó Gino con
Caterine se inclinó sobre el mostrador de la cafetería, sus ojos recorrieron con deleite los postres perfectamente alineados tras el cristal. El estómago le rugió suavemente, y la boca se le hizo agua. No había mejor forma de empezar su día que con algo dulce.Era su primer día de trabajo en el tribunal, y la emoción se mezclaba con una pizca de nerviosismo. Para ella, el primer día marcaba el curso de lo que vendría después, y estaba decidida a que este inicio fuera perfecto.Caterine soltó un suspiro y una sonrisa se extendió por su rostro, mientras sus ojos se detenían en un delicioso sfogliatelle, cuya textura hojaldrada prometía ser tan crujiente como su aspecto. Casi podía imaginarse el sonido que haría cuando le diera el primer mordisco. Decidida, se acercó al hombre tras el mostrador e hizo su pedido.—Un sfogliatelle y un vaso mediano de Caramel Macchiato.El hombre ingresó su orden en su computadora, antes de pedirle a su ayudante que la preparara.Caterine se hizo a un lado
Caterine se negó a permitir que aquel hombre arruinará su día, todavía convencida de que aquel día iba a ser perfecto. Recuperó su sonrisa, dejó el incidente en el pasado y salió de la cafetería.La corte estaba a solo una cuadra de distancia, así que no le tomó demasiado tiempo llegar hasta allí. De pie, frente a las imponentes puertas del edificio, se tomó unos segundos para contemplar su nuevo lugar de trabajo.Bajó la mirada para observar su atuendo y se alisó el vestido con las manos. Luego respiró profundo y, con un paso decidido, entró en el edificio. Una vez en el interior, su mirada recorrió el lugar por unos instantes antes de dirigirse al guardia de seguridad para pedir indicaciones—Buenos días —lo saludó, con una sonrisa amable—. Soy Caterine Vitale, la nueva auxiliar administrativa. ¿Dónde puedo encontrar al secretario Bianchi?—Señorita, buenos días —replicó el guardia—. El secretario me puso al tanto de que vendría. Solo tiene que continuar de frente, subir al tercer p
Caterine se mordió el labio inferior para evitar decir lo que pasaba por su mente en ese momento.«Es tu jefe», se repitió mentalmente, pero no estaba segura de cuánto tiempo más esa frase lograría detenerla. Siempre había tenido la costumbre de decir lo que pensaba. Y cuando alguien actuaba como un imbécil, no dudaba en hacérselo saber.—Señorita… —dijo Don Gruñón, mirándola con una ceja arqueada, como esperara una respuesta inmediata.Caterine se preguntó si, después de darle su nombre, él le pediría que saltara o rodara por el suelo como un cachorro bien entrenado.Su aprecio por el hombre, si es que alguna vez había existido alguno, estaba disminuyendo en picada. Aunque al principio le había parecido bastante atractivo, eso ya era parte del pasado. En su mente solo quedaban ideas muy creativas sobre cómo acabar con su vida.Dado su carácter dudaba mucho que alguien lo extrañara.—¿Señorita? —insistió Corleone, su tono impaciente.—Estoy segura de que ya me presenté antes, pero no
Caterine cerró la puerta del despacho de Corleone con suavidad, aunque lo que realmente deseaba era darle un portazo tan fuerte que hiciera saltar a Corleone del susto. Aunque dudaba mucho que algo lograra asustar a un hombre como él.—Seguro que en la escuela los padres de sus compañeros usaban a Corleone para asustar a sus hijos —comentó con una pizca de sarcasmo—. “Si no te portas bien, vendrá Corleone por ti” —dijo, imitando una voz tétrica mientras movía los dedos frente a ella como una bruja sacada de una película de terror—. Probablemente funcionaba mejor que hablarles del l'uomo nero*.—¿Dijiste algo? —preguntó una voz detrás de ella.Caterine cerró los ojos y apretó los labios, maldiciendo en silencio su mala costumbre de expresar sus pensamientos en voz alta. Tomó una respiración profunda y se dio la vuelta, solo para encontrarse con Rosa. De inmediato, esbozó una sonrisa amplia, tratando de no verse culpable.—Nada —mintió, sin dejar de sonreír—. Absolutamente nada.Los lab