—¿Demasiado, querida? —esbozó una sonrisa de incredulidad—. No es nada, un capricho. El mío. Me encantaría que lo uses. Y estoy seguro que mueres por vestirlo—incitó, apostando a su debilidad.
—No estoy segura, Milo. Claro que me fascina.
—Es hermoso, realmente bello. Se verá perfecto en ti.
La férrea negativa a aceptar nada se vio removida por la ilusión que vio sus palabras. La vocecita malévola que conspiraba en su mente le susurró que no era tan terrible. Un vestido, un regalo. ¿Era tan malo?
—De todos modos, sería un sacrilegio vestir algo tan bello con mis zapatillas—agregó, encontrando la excusa perfecta.
Él elevó una de sus cejas, mirando sus All Star con diversión, asintiendo y guiñando un ojo. Todo lo que lo hacía ver más joven y relajado, bello, más sexy, si cabía, pensó ella.
—¿No creerás que no pensé en los zapatos?
Se dirigió a un mueble sobre el que había una caja. La tomó y se la tendió. Ella la abrió y dio un gritito al descubrir las delicadas sandalias nude, de tacón