CAPÍTULO 4

Sibel estaba a punto de saltar de un muro, que ahora estaba notando demasiado alto.  

Sus piernas temblaron con anticipación y ella pensó que podría romperse las piernas con este salto, pero estaba segura de que podía irle peor si se quedaba.  

Tomando una aspiración fuerte, se limpió una lágrima, pero el grito a continuación, hizo que detuviera su pie.  

—¡Sibel MacMillan…! —ella se giró un poco y notó a Iván caminando de forma lenta hacia ella como si tuviera el control absoluto, sacando su teléfono celular y mostrándolo—. Una bala... una directa al cráneo de tu padre ahora mismo con mi orden...  

Sibel apretó la boca estremeciendo su cuerpo, para negar. 

—Uno... —Iván comenzó a contar—. Dos... 

Sibel miró hacia adelante notando como esa mujer mayor, que se veía bastante conservada, se detenía a mirar la escena. Se cruzó de brazos y achicó los ojos como si esperara su acción. 

—Tres…

—¡Bajaré…! —se apresuró a decir, mientras Iván asintió con una mirada asesina.

Él ordenó abrir los portones para que ella pudiera bajarse más fácil, pero en cuanto Sibel colocó uno de sus pies en el suelo, ella no lo pensó. 

Aprovechó que la gran reja estaba abierta, y corrió como si no hubiese un mañana. 

Estaba por cruzar la esquina, pudo escuchar cómo Iván les dijo algo a sus guardias a lo lejos, pero no pudo entenderlo, porque su idioma fue el ruso. 

Y de repente, había un callejón sin salida delante de ella. 

—No…

En solo unos segundos sintió unos fuertes brazos, que tomaron los suyos, colocándolos detrás de su espalda, y contuvieron su parte delantera contra el muro de piedra y ladrillo. 

Ella pudo oler a tierra, mientras su cuerpo tomaba una aspiración de aire para poder retener el aire. Y lo siguiente que sintió, fue un cuerpo duro y grande aplastándola rudamente. 

—¿A dónde va mi corderita? —Sibel pudo oler su aliento, literalmente su boca hablaba pegada a su mejilla. 

—Suélteme… —pero Iván apretó más su cuerpo contra el de ella, y luego comenzó a olfatearla como un loco, pegando la nariz a su rostro que estaba aplastado, entre el ladrillo y su cuerpo. 

—Convénceme… —Iván hizo algo que Sibel no se esperó.

Él comenzó a contraer su cuerpo contra el suyo, y luego soltó una de sus manos, para llevar la suya adelante en su cuello y pegar toda su la cabeza a él—. ¿Sabes Sibel? Creo que tengo mejores planes en este tiempo de servicio para mí… 

La palma del hombre estaba bajando desde su mandíbula, cuello, hasta su clavícula, y Sibel tuvo que usar la fuerza, para tratar de apartarlo. 

—¡Basta…! Prefiero morir, ¿me escucha? —su rostro colérico, hizo que Iván sonriera, y tomándola nuevamente del cuello, volvió a estrellarla contra la pared. 

—Vas a morir muy pronto, pero primero vendrá tu padre y tu familia, aunque creo que vas a adelantar todo este proceso, Sibel… 

El teléfono de Iván comenzó a sonar, y él colocó el altavoz. 

—Señor, estamos frente a Armand MacMillan… nuestro francotirador está listo. 

El pecho de Sibel se agitó y sus ojos se llenaron de lágrimas, ella iba a decir algo cuando negó, pero el dedo de Iván se posicionó en su boca.  

—¿Qué más? —preguntó Iván. 

—La chica… la más joven… ella está entrando a su residencia… también está en la mira. 

Sibel negó hacia Iván, y él apartó el teléfono. 

—¿Tienes algo que decir? 

—No lo hagas… 

—¿Cuál es la palabra mágica? 

Aún Sibel tenía el dedo de ese hombre pegado a su boca. 

—Por favor… 

Iván bajó la mirada a sus labios entre abiertos y su ceño se arrugó. 

—Esa es la palabra mágica, corderita… 

Sibel caminó derrotada hacia la mansión con sus pasos contados, y luego escuchó una serie de órdenes que Iván volvió a decir en ruso, pero cuando trató de entrar a la casa, la voz de aquella mujer la frenó. 

—Hubieses saltado… quizás mañana estarías limpiando los pies de mi nieto con todos tus huesos fracturados… 

Sibel abrió los ojos ante semejante comentario, pero la mujer no le dio tiempo, cuando se metió a la casa e Iván vino tras de ella. 

—Camina… —ella no refutó esta vez y siguió su guía, hasta que literalmente la metió en una habitación, y luego la guio al baño. 

—Espere… ¿Qué va a hacer…? 

Iván tomó sus manos sin ninguna palabra de por medio y con una cuerda de brida, ató sus muñecas, apretándolas más fuerte de lo normal. Los labios de Sibel temblaron y en este momento sintió miedo. 

—Señor… 

—No… ya no hay tiempo… esto te hará pensar mejor las cosas. 

Iván ató con la cuerda fuertemente en un punto de la regadera, y tomando la llave lejos de ella, abrió el grifo de agua fría. 

El cuerpo de Sibel saltó, y luego prosiguió un orden de Iván a una mujer que vino enseguida. 

—Cierre esta llave cuando haya transcurrido una hora… después abandone la habitación, yo vendré más tarde… 

Sibel negó. 

—¡No…! —ella buscó el aire, y se inclinó a un lado para sacar la cara del agua que la cansaba—. Espere… no me dejé aquí… escuche… ¡¡¡Iván!!! 

Iván se detuvo en la puerta y se giró lentamente hacia ella riendo. 

Dio los pasos para retroceder, y luego agarró su rostro fuertemente. Llevó su rostro y pego la frente a la de ella, evitando que se mojara y sacando un poco su rostro. 

—Detesto que me rueguen… ten un poco de dignidad, ¡maldita sea…! —los labios de Sibel temblaron e Iván bajó la mirada a su boca y luego hizo lo impensable. 

Pasó su lengua desde su quijada, y lamió toda el área de su boca hasta su nariz. 

La agitación de Sibel era mucha, pero sus sentidos se destruyeron, cuando Iván se separó, hizo un gesto de desagrado en la boca, y luego escupió en el piso. 

—El sabor de un MacMillan… es toda una mierd@... No vuelvas a llamarme por mi nombre…

Se limpió la boca con el dorso de su mano, y se sacudió la ropa de algunas gotas de agua para irse del lugar señalando a la mujer de servicio.  

—Una hora… si me entero de que fue menos, ya sabe lo que viene… 

Salió de la mansión apresurado, e instó a la abuela a que lo siguiera. Estaban preparándose para recibir unas nuevas cargas, y necesitaba con urgencia atender el asunto. 

Sin embargo, estaba sediento, su cabeza solo esperaba regresar para encontrarla tiritando, y cediendo su fuerza ante él. 

Quería escuchar las palabras, y sobre todo, doblegar su voluntad hasta que en su mente entendiera, que sería su esclava, en todo el sentido de la palabra…

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