CAPÍTULO 3

Sibel estaba estresada, cansada y con una irritación en su cuerpo, como para soportar este tipo de humillaciones, tenía miedo sí, pero este hombre ni siquiera estaba cerca de conocerla tampoco.

Ella no sabía en qué punto el peligro podría estar rondándola, pero si él hubiese querido matarla desde un principio, ya estaría muerta.

Alzando su barbilla, le dio una mirada retadora, y luego tomó un sartén que encontró al azar. Sin quitarle la mirada partió unos huevos directos en la cazuela, y con un tenedor, rastrilló batiendo de mala gana.

Incluso no dejó que se cocieran bien cuando los sirvió medio crudos en un plato, y luego lo puso en la encimera cruzándose de brazos.

—Desayuno listo… Señor… que tenga buen provecho —Iván bajó la mirada a la comida con muy mal aspecto, y luego sonrió.

—Perfecto… ahora cómelo.

Sibel amplió su sonrisa cerrada, asintiendo sin dejarse amedrentar, luego tomó el tenedor, y se metió los huevos medio crudos en la boca sin apartar la mirada de él.

—Exquisito…

Iván dejó su mirada en ella por un tiempo, queriendo ahorcarla, pero prontamente recibió una llamada que no pudo rechazar.

—Hola… —Sibel tomó el aliento cuando él pronunció sin irse de su presencia y pasó un trago.

La comida no sabía mal, pero ella sentía la sangre hervir.

Podía recordar este trato que firmó con su mismo pulso, pero ni loca estaría aquí un año con un demente.

—Claro… incluso te va a encantar… —Iván cortó la llamada, y luego apuntó a Sibel—. Sígueme…

Ella caminó en sus espaldas, y prontamente llegaron a una habitación demasiado grande para su gusto. Habían tenido que subir unos pisos cortos, pero ella se perturbó cuando Iván comenzó a desvestirse delante de ella.

Su figura bronceada y muy tonificada hizo que sus ojos se quedaran pegados a su cuerpo, y detallara a la vez los tatuajes en su espalda, brazos y espalda.

—Búscame una camisa nueva… y una corbata que combine…

Sibel parpadeó y sin decir una sola palabra, buscó el armario que ya era una habitación aparte. No pudo evitar sonreír cuando escogió una camisa azul y una corbata roja.

Ella no iba a dejar que la pisoteara, incluso cuando tuviera un arma en su sien.

Se apresuró a ir hasta el lugar donde el hombre estaba de pie, pero Iván no se giró, sino que abrió los brazos.

—¿No lo enseñaron a vestirse alguna vez? Yo aprendí a los cuatro años…

—Tu boca grande va a generarte muchos problemas… como torturar a tu padre hasta la asfixia… ¿Lo quieres?

Ella apretó su boca, y luego comenzó a colocarle la camisa. Trataba de no tocarlo mucho, pero notó que cuando sus dedos rozaron su estómago, algo no estuvo bien dentro de su sistema.

Sin poder evitarlo, alzó el rostro para ver unos ojos, que antes había visto negros, pero que en esencia no lo eran. Sus ojos eran un ámbar con rayas, que incluso le causó escalofrío.

—¿Por qué eres tan lenta? —con sus dedos torpes comenzó a abotonar rápido hasta que llegó a su cuello, pero le fue difícil completar la tarea sin tocar su garganta.

Iván la miró lentamente y se acercó a ella hasta oler su aroma. Ella no parecía asustada, sino fastidiada. Pero cuando tocó su garganta con los dedos fríos, se retiró de inmediato y la alejó.

Sibel tomó la corbata y él notó como comprimió sus labios como si se burlara, y cuando se dio cuenta, fue evidente que nada combinaba en su elección. Tomándola de los hombros la sentó en la cama, y se quitó la corbata desapareciendo en el closet.

—Toma.

—¿Qué es esto…? —Sibel vio un estuche pequeño, pero no le dio tiempo cuando Iván la sacudió de la cama, y apretó rudamente su hombro para que se sentara en la alfombra.

—Ábrelo… —Ella se apresuró encontrando utensilios para las uñas, entonces abrió los ojos para mirarlo—. No corto mis uñas, y tú tendrás que limarlas todos los días, hasta el largo correcto.

—Usted… —Ella apretó.

—Ni una palabra… se me hace tarde… y te digo, Sibel… cada vez que hagas algo más, tu humillación se multiplicará… ¡Comienza!

El grito hizo que ella saltara, y tomando rápido la lima de acero, miró su mano grande.

Con cuidado tomó su mano y tuvo que reprimir sus ojos cuando una oleada burda, la recorrió entera.

Abrió su boca para soltar el aliento y tomó su primer dedo con temblor.

Iván guardó silencio por todo el momento, detestaba su tranquilidad y su rebeldía a la vez, parecía que la humillación no era suficiente en ella, pero estaba tranquilo sabiendo que las cámaras en su mansión, solo mostraban imágenes.

Eso era suficiente para carcomer los días de Armand, viendo lo miserable que estaba siendo su hija, pisoteada por su peor enemigo.

—¿Puedo preguntar?

Iván parpadeó llevando la mirada a sus ojos, cuando ella interrumpió su momento más sagrado.

Sus pensamientos.

—No… no puedes…

—De igual forma, lo haré… —Sibel estaba refutando cuando un hombre tocó la puerta y entró.

—Señor… la señora Vasíliev está aquí…

Sibel se estremeció un poco.

¿Este hombre era casado?

Ella se puso de pie enseguida y ni siquiera guardó las cosas cuando le siguió el paso.

—¿Es casado? —sin embargo, la mano de Iván la estrelló un poco contra la pared y apretó su cuello.

—Estás acabando con mi paciencia… ¿Qué te hace pensar que puedes preguntarme alguna cosa? No te refieras a mí como igual… ¡Tú eres mi maldit@ sirvienta! Que no se te olvide tu lugar… ahora, desaparece de mi vista, al menos que yo te llame…

La echó hacia un lado, mientras Sibel tocó su cuello.

Cerrando los ojos, esperó unos segundos, y cuando su garganta apretada ante las ganas de llorar menguó, ella caminó hacia la salida como si estuviera de puntillas cuando escuchó:

—Cariño… ¡Pero qué guapo te ves…! —Sibel se escurrió por las escaleras, y se escondió para mirar por la sala.

Una mujer mayor, incluso con canas plateadas y muy bien cuidadas, abrazó a Iván y le dio varios besos en las mejillas. Y el modo en que él la saludó, demostró un gran respeto.

—La mujer de mi vida… ¿Cómo estás, abuela?

—Ansiosa… ¿Dónde está ella? —los latidos de Sibel aumentaron.

—No es el momento…

—¿Cómo no, Iván…? Necesito ver a esa mugrienta en el suelo, debajo de mis pies… quiero que recoja las cosas para mí… quiero…

—Calma… ella aún piensa que esto es un juego estúpido. Incluso es retadora.

Los ojos de la mujer mayor se abrieron como si estuviera indignada.

—¿La has castigado? Guarda la evidencia… necesitamos videos diarios, porque la vida de Armand MacMillan solo será una desidia.

Sibel pudo ver la sonrisa de Iván ampliarse, y con un asentimiento, culminó.

—Los castigos vendrán… y por supuesto que los verás en primera fila.

Esta vez la piel de Sibel se encogió, y solo sintió un fuerte deseo de correr.

Necesitaba hacerlo, y debía hacerlo ahora…

Había pasado al menos media hora cuando Iván pasó a su despacho con abuela, Ágata.

—Quiero que me cuentes todo, además, recuerda que la carga está próxima en llegar.

Iván iba a interrumpirla para informarle, cuando uno de sus hombres, entró agitado.

—¡Señor…! Lo siento… pero la señorita MacMillan ha escapado…

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