A la mañana siguiente, Sibel hizo toda su rutina, salió de la habitación y fue a la cocina para tomar algo de desayuno.
—Buenos días… —la mujer se giró y le ofreció una sonrisa.
—Buenos días, señorita… ¿Quiere llevarle el desayuno al señor al despacho?
Sibel torció los ojos y miró la bandeja.
Lo que menos quería hacer, era ver a Iván.
—La llevaré y volveré en menos de dos minutos… quiero desayunar aquí.
La mujer asintió siguiendo en sus cosas, y Sibel tomó el aliento tomando la bandeja.
Ella fue dirigida al despacho, y acompañada por un hombre que de cierta forma cuidaba el lugar.
Sibel pudo notar la mirada de Iván cuando entró, tenía una portátil frente, en su silla, y estaba vestido de traje como solía andar, ella le quitó la mirada, y solo puso la bandeja en la mesa.
—Iré a desayunar… permiso… —intentó irse.
—Detente… —se detuvo sin girarse—. ¿Qué ocurre?
—¿Sobre qué?
—Mírame… —Sibel cerró los ojos, tomó el aire, y luego se giró—. ¿Qué ocurre?
—Tengo hambre y llevo prisa… creo que