- Lo amo –besé su cuello–. Permítame estar a su lado, por favor.
- Vanesa –exhaló sin moverse–. ¿Me amarás cuando no pueda caminar? ¿Acaso vas a soportarme cuando me convierta en un anciano inútil?
- La edad son solo pretextos suyos –enfaticé rozando mi nariz con la fina textura de su cerviz.
- Tengo 40 años.
- ¿40? ¿Años? –Susurré estupefacta. Creí que tenía 30, 33 como máximo. El tiempo había sido benévolo con él.
- ¿Te asustaste? –Una ligera risa osciló su cuerpo–. ¿Sigues pensando lo mismo que antes? –Sentí claramente como sus brazos estrujaron mi pecho. Tenía miedo que cambiara de opinión.
- Sí –volví a rodearlo, dándole aquella seguridad que le arrebaté sin querer–. Lo amo Mr. Stevens. Ahora, respóndame usted ¿Quiere ser mi enamorado? –Sentí claramente arder mis mejillas. Él se levantó, sonrió y mirándome a los ojos, me besó con delicadeza.
Una extraña y desesperante delicadeza que me hacía desearlo más.
No entendí bien lo que este beso significó, pero no podía exigirle más; cre