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Al oír esto, Javier abrió los ojos de par en par, el poco color que le quedaba en el rostro desapareció por completo.

-Mamá, ¿qué dices? ¿De verdad son las cenizas del señor Cruz? No es posible, si él sigue con vida. Sofía-dijo, mirándola con un atisbo de súplica en la mirada-, esa noche recibiste su llamada, estaba bien, ¿verdad?

Esta, normalmente tan habladora, optó por guardar silencio. El rostro del joven se volvió cada vez más pálido. Se giró hacia mí, y su voz se quebró.

-Sandra, no fue mi intención...

Mi respuesta fue un puñetazo con todas mis fuerzas.

Javier cayó al suelo, en su palma se clavaron fragmentos de la urna, y su sangre brotó de las heridas.

Permaneció sentado en el suelo, mirándome aturdido.

Finalmente, comprendió mi comportamiento inusual estos días, entendió que mi propuesta de divorcio no era de broma.

Me agaché, deposité poco a poco las cenizas de mi padre de vuelta en la caja y, sin decir palabra, me marché en silencio.

El viento en la costa era
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