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Cuando asistía a la cena familiar de los Cano, llevé conmigo la urna con las cenizas de mi padre, ya que planeaba esparcirlas en el mar después de la cena.

Según lo que dicen los ancianos, de esa forma, él podría vagar libremente por el mundo después de la muerte.

Sin embargo, no esperaba que Sofía Blanco también apareciera allí.

Javier estaba sentado junto a ella, sin siquiera levantar la vista.

Coloqué la urna en la mesa, y este palideció ligeramente.

Sofía fue la primera en hablar.

-Sandra, ¿has traído las cenizas para darnos mala suerte? La señora Cano siempre te ha tratado bien, y tú encima traes cosas de muertos para desagradarnos.

Javier también frunció el ceño.

-Sandra, tira eso ahora mismo y puedo hacer como si no lo hubiera visto.

Esbocé una sonrisa burlona.

-Lo siento, pero no puedo hacerlo.

Este alzó la voz ante mi contestación.

-¿Qué te pasa últimamente? Si sigues así de arrogante, ¡al final me divorcio de ti!

Hasta ese punto, todavía pensaba que el matrimonio era mi punto débil, pero ya me daba igual.

Lo miré con tranquilidad y empujé firmemente la urna hacia el centro de la mesa.

-¡Esto es una falta de respeto hacia la señora Cano!

-Basta, Javier, Sofía. Es una cena especial, no arruinen el ambiente. -intervino esta, defendiéndome.

-Sandra puede traer lo que quiera. A mí no me molesta, así que ustedes pueden ignorarlo.

Sofía se quedó callada, con una expresión incómoda.

Javier frunció ligeramente el ceño. Sentía que algo andaba mal, pero por más que lo pensara, no logró identificar qué era.

Durante la cena, Sofía intentó varias veces conversar con la señora Cano, pero esta la ignoró por completo.

La costosa pintura que la joven compró por treinta mil dólares fue dejada de lado por la mujer.

En cambio, llevaba en la muñeca la pulsera de la suerte que tejí a mano, mostrando satisfacción en su mirada.

-Sandra, tu regalo demuestra el esfuerzo que pusiste, no como algunas que intentan engatusarme con dinero sucio.

Las intenciones en las palabras de la señora Cano eran claras, y la sonrisa de Sofía se congeló.

-En el futuro, cuídate mucho a ti misma.

La señora Cano tomó mi mano. Los callos en su palma me recordaron a mi padre.

Bajé la cabeza, ocultando las lágrimas en mis ojos.

Javier intervino.

-Mamá, ¿por qué hablas como si yo no estuviera? Soy el esposo de Sandra, por supuesto que me encargaré de cuidarla.

La señora Cano frunció el ceño y lo miró con frialdad.

-¿Cuidarla? ¿Subiéndote a la cama de tu amante?

Era la primera vez que la mujer dejaba al descubierto la relación entre Javier y Sofía sin miramientos.

Rota la fachada, solo dejó expuesto la repugnante verdad.

El rostro de Sofía se volvió pálido al instante, las lágrimas llenaron sus ojos.

-Él y yo nos amamos. Si Sandra no se hubiera interpuesto...

Llena de fingida inocencia, enterró la cabeza en el pecho de Javier, quien ya no pudo mantener la calma.

-Mamá, para no avergonzarte, aguanté cinco años un falso matrimonio con Sandra. Pero no puedo seguir soportando que la mujer que amo sea víctima de discriminación y prejuicios. ¡Sofía no es mi amante, me divorciaré de Sandra y me casaré con ella para darle el lugar que se merece!

Javier habló con determinación. Sofía detuvo su llanto por un momento y esbozó una sonrisa de satisfacción.

Acto seguido, Javier dirigió su mirada hacia mí.

-¡Algún día entenderás que, comparada con Sandra, quien trae las cenizas de un muerto para desagradarnos, Sofía, quien eligió regalos con esmero para complacerte, es más merecedora de ser tu nuera!

Sus ojos estaban llenos de repulsión. Extendió la mano para tomar la urna y apartar ese objeto desagradable.

Instintivamente intenté detenerlo, pero él me empujó con fuerza.

En medio del forcejeo, perdí el equilibrio y la urna cayó al suelo, esparciendo las cenizas.

Estando al límite, estallé de inmediato.

-¡No!

Mis piernas temblaron, caí al suelo y gateé hacia el objeto.

Mis lágrimas caían a raudales, mojando el polvo gris.

-Papá, lo siento, ¡fue todo por mi culpa!

Javier se quedó paralizado. Su mirada se alternaba entre la señora Cano y yo.

-¿Qué más quieres, Sandra? Hace unos días, Sofía habló con tu padre por teléfono y me dijo que su salud estaba mejorando. ¡Seguro que compraste estas cenizas en Internet para desagradarnos!

Él habló rápidamente, tratando de ocultar su inquietud, intentando, como siempre, evadir su responsabilidad.

Me sequé las lágrimas, me levanté y lo agarré de la camisa.

Pero antes de que mi puño impactara contra su cara, la mano de la señora Cano lo hizo primero.

Con una bofetada resonante, la cabeza de Javier se quedó de lado, su labio se hinchó a los pocos segundos y sangró.

-¿Cómo pude tener un hijo como tú?

La mujer lo miraba con profunda decepción.

-Hace siete días, cuando pasabas la noche con Sofía y hacías que nos enteráramos todos, ¡el padre de Sandra murió del disgusto!
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