Ordenando mi habitación, tiré a la basura los regalos acumulados en un rincón que nunca pude entregar.
Cada año, preparaba una sorpresa de cumpleaños para Javier, y todas las veces, él encontraba alguna excusa para refugiarse en la iglesia.
Decía que, siendo creyente, había renunciado a lo mundano y ya no lo celebraba.
Sin embargo, justo a la medianoche, una foto de él con Sofía apareció puntualmente en las redes sociales.
Provocaciones descaradas y malintencionadas como esa aparecían constantemente en mi vida.
Pero ahora, por fin, era libre.
Envié mi equipaje a la universidad y tramité mi renuncia en la empresa.
Marta López, de recursos humanos, pensó que lo había hecho por no soportar la presión y, con buenas intenciones, me recomendó un lugar al oeste de la ciudad conocido por dar suerte.
Habiendo trabajado juntos tantos años, yo la había ayudado en numerosas ocasiones.
Por lo que en ese momento, le resulto duro verme derrotada.
Insistió en llevarme a la montaña para despejarme de mi mala racha.
No pude negarme y juntas, escalamos hasta la cima.
Tras llegar, vi a Javier y a Sofía de pie, juntos bajo un antiguo árbol milenario, mirándose intensamente.
El lugar bullía de gente, y se oían murmullos por todas partes.
Pero, justo entonces, el juramento que Javier estaba haciendo llegó nítido a mis oídos:
-Yo, Javier Cano, juro por toda mi fortuna que solo amaré a Sofía Blanco en esta vida. Si incumplo esta promesa, perderé todo lo que tengo y moriré de la peor...
Sofía le tapó la boca de inmediato, diciendo con suavidad:
-Javier, te creo.
Lentamente, la joven desató la pulsera de la muñeca de Javier, quien la observaba con cariño.
La pieza cayó en la hierba, sin dejar rastro.
Ambos se fundieron en un abrazo, y se besaron apasionadamente, olvidando el resto del mundo.
Me quedé quieta en el lugar, mirándolos fijamente.
Una ráfaga de viento agitó las hojas de los árboles, Javier alzó la vista y nuestras miradas se encontraron.
Sonreí, miré la pulsera roja que llevaba tras mover montañas y mares, la que supuestamente iba a proteger nuestra relación.
Frente a Javier, me la quité, la arrojé al suelo y la pisoteé.
Vi cómo cerraba las manos en puños y contenía la respiración.
Di media vuelta y me preparé para irme.
Al verme partir sin dudar, Javier dio un paso instintivo hacia adelante.
Sofía, al notarlo, preguntó:
-¿Qué pasa, Javier? Tu corazón late muy rápido.
Cuando esta intentó volverse para mirarme, él le cubrió los ojos y dijo:
-Nada, solo he visto a alguien sin importancia.
Diez años enamorada de él, cinco de matrimonio, reducidos a "alguien sin importancia".
Pero, a diferencia de tiempos anteriores, no sentí tristeza ni derramé lágrimas.
Después de todo, pronto dejaríamos de vernos, por lo que no valía la pena pensar en que si alguna vez me amó.
***
El día siguiente sería la cena familiar que se celebraba cada mes. La señora Cano me dijo que le gustaría compartir una última cena para despedirnos.
Acepté, al fin y al cabo, durante estos cinco años, ella siempre fue amable conmigo.