Esa noche, Javier Cano regresó a casa inesperadamente, con una elaborada tarta de cumpleaños en las manos.
Me sorprendió, ya que después de todo, era la primera vez que él daba un paso para la reconciliación.
Hace mucho tiempo, cuando recién nos habíamos comprometido y yo aún tenía mis ilusiones,
mencioné una vez mi cumpleaños. Cuanto más se acercaba la fecha, más crecían mis expectativas.
Pero llegado el día, no veía ni rastro de Javier, mucho menos algo que me preparara.
Cuando lo llamé, él soltó una risa fría.
-Me obligas a separarme de Sofía, y además me exiges que te ame. Sandra Cruz, ¿no crees que eres demasiado codiciosa?
Solo entonces, supe que él me odiaba desde hacía tiempo.
A partir de ese día, nunca más volví a mencionar nada relacionado conmigo.
Pensé que Javier había olvidado por completo mi cumpleaños.
No esperé que lo recordara, solo que no le daba importancia.
-Feliz cumpleaños.
Javier me sonrió, pretendiendo lucir tranquilo.
Él era un experto fingiendo: si no mencionaba nada, podía hacer que nada pasó y continuar con una vida tranquila.
Lo miré sin decir nada.
Su sonrisa se congeló, recorrió la habitación con la vista y buscó incómodamente un nuevo tema de conversación.
-Sandra, ¿por qué ya no están tus cosas?
Noté de inmediato el tenue rubor en su cuello.
Ni siquiera varias capas de maquillaje pudo ocultar la marca.
Probablemente vino apenas se levantó de la cama.
Respiré hondo.
-Solo eran cosas viejas, solo ocupaban espacio. Además, siempre te quejaste de que compraba trastos inútiles, ¿no?
Mi tono fue cortante, sin disimular mi disgusto.
Mi reciente actitud pareció inquietar a Javier, quien, inusualmente, se mostró amable.
-He pensado que lo que hizo Sofía estos días fue demasiado lejos.
Extendió la mano para acariciar mi cabello.
El gesto que tanto anhelé en el pasado ahora me provocaba náuseas.
Me aparté, esquivándolo.
-Borraré esas fotos y chats, y despediré a quienes difundieron los rumores. No debes preocuparte en que si afectará a tu trabajo.
Javier tomó una cucharada y la acercó a mis labios con un trozo de pastel.
-Hace tiempo que no visitamos a tu padre. ¿Cómo está de salud? Mañana, después de ver a mi madre, vayamos a verlo. El hospital importó un nuevo medicamento, quizá lo ayude en su tratamiento.
Javier seguía hablando, pero yo ya no lo escuchaba.
¡A estas alturas, aún ignoraba que mi padre había muerto el mismo día que Sofía Blanco me humilló!
¡Y todavía fantaseaba con un matrimonio perfecto!
Una ira incontenible me invadió. Agarré el pastel y lo estrellé contra el suelo.
-¡Javier Cano, deja de fingir y lárgate!-grité con rabia.
Tras ser rechazado repetidamente, este perdió la paciencia ante mi comportamiento.
Su rostro se ensombreció, se levantó en silencio y me miró fijamente.
-Sandra, deberías cambiar tu carácter obstinado y agresivo. Si fueras tan amable y dulce como Sofía, no habríamos llegado a esto.
Lo empujé fuera y cerré la puerta de golpe.
Pisando la crema regada en el suelo, me acerqué a la cabecera de la cama, me agaché y abracé suavemente la urna que contenía las cenizas de mi padre.
Estaba justo allí, en la mesita, pero Javier nunca la vio.
Estaba harta de ser alguien sin importancia para él, harta de su arrogancia.
¡Al día siguiente me iría, definitivamente!