Sin necesidad de alzar la vista, ya sabía que Mateo me estaba mirando.
¡Qué ridículo! ¿No que yo era la mala y ni quería tocarme? ¿Entonces por qué me miraba tanto?
Solo de recordar cómo anoche me empujó con tanta fuerza, todavía me dolía la cadera.
Cuando lo vi, el poco buen humor que tenía se me fue al carajo.
Y justo entonces, una voz toda melosa sonó:
—Mateo...
¡Qué asco! Se me erizó toda la piel y mi humor se puso peor.
Era Camila, que ni siquiera había terminado de arreglarse. Con el cabello todo desordenado, corrió hacia Mateo, coqueteando:
—Mateo, viniste a verme al rodaje, qué alegría.
Levanté la vista justo a tiempo para ver cómo lo agarraba del brazo.
Y lo peor: él no se lo quitó, solo se quedó parado, mirándome, como esperando que yo le apartara la mano a ella.
Por dentro, me dio risa.
De verdad, qué absurdo: cuando me le acercaba, me rechazaba con humillaciones; cuando lo ignoraba, se enojaba. ¿Qué carajos quería?
Volteé para otro lado, haciendo como que estaba bien concen