Mi hermano no dijo nada, solo me entregó en silencio una hoja con los resultados.
Negativo.
Di dos pasos hacia atrás, llena de desesperación.
¿Cómo era posible?
Si ni los propios hijos son compatibles, ¿quién más podría serlo?
Mi mamá nos miró y, de solo ver nuestras caras, pareció adivinar lo que pasaba.
Suspiró y sonrió con un tono tranquilo:
—No pasa nada. Cada año hay muchas personas que donan riñones, y el hospital tiene un sistema enorme para eso. Además, todavía hay tiempo, seguro encuentran un donante compatible para mí.
Carlos y yo nos miramos sin decir nada.
El ambiente en la casa se sentía muy pesado.
Mi mamá trataba de alivianar las cosas:
—Mírenlos, tan serios por esto. ¿Qué quieren cenar hoy? Yo misma les preparo algo.
Y diciendo eso, se fue a la cocina.
Carlos seguía sin hablar. Cansado, se dejó caer en el sofá.
Yo apreté los labios y fui a ayudar a mi mamá en la cocina.
Después de la cena, Carlos decidió quedarse para acompañar a mamá un rato más.
Sabiendo que él estarí