Sayuri, aunque todavía no me recibe con buena cara, al menos ya no me insulta en cuanto me ve como antes.
Cada vez que le llevo comida, la mira con cierto desprecio, pero al final siempre termina comiendo un poco.
Camila, al principio, todavía decía algo sobre lo que yo llevaba, pero ahora ni habla.
Solo se queda parada, callada, observándome mientras platico con Sayuri.
Esa calma suya se vuelve cada vez más inquietante.
Sayuri se tomó más de la mitad de la sopa, luego hizo el tazón a un lado y dijo con fastidio, mientras se limpiaba la boca:
—Esta sopa sigue estando lejos de la que hace Camila, pero al menos se puede comer.
Le respondí, con una sonrisa cortés:
—Dese gusto con esta por ahora. La próxima vez le echo más ganas a la receta.
Sayuri me miró, luego su mirada pasó fugazmente por mi panza, con toda la intención.
Después de unos segundos, volteó hacia Camila y le dijo:
—El doctor me acaba de recetar unas infusiones. Ve a la ventanilla a recogerlas. Has trabajado duro estos días