Mateo estaba recargado en el capó del auto, con un abrigo negro. En medio de la nieve, era imposible no notar su porte.
Tenía una mano en el bolsillo y con la otra sostenía el celular mientras hablaba conmigo.
—¿Bajas? —preguntó, levantando la vista hacia mí.
Estaba algo lejos, así que no podía ver bien su cara, pero sentía que estaba sonriendo.
Me mordí los labios y le pregunté a propósito:
—¿Y para qué?
—Para una cita.
Mateo respondió, contento. Su voz, suave y cálida, era música para mis oídos.
Se me derretía el corazón, pero igual quise molestarlo un poco:
—¿Una cita? ¿No llevamos años casados? Además, mira el frío que está haciendo.
Mateo guardó silencio un par de segundos antes de responder, fastidiado:
—Aurora, no me digas que te volviste así de floja… ¿solo por el frío vas a rechazar una noche romántica?
Tuve que taparme la boca de tanto que me reí. Me dolía el estómago.
¿Qué puedo hacer? Si me fascina molestarlo así.
—Baja ya, y abrígate bien.
—Vale, ya voy.
Como me preocupaba