—Todos hablaban de él con desprecio y fastidio —dijo Valerie.
—Seguro que tú también tenías prejuicios en ese momento, por eso dijiste que solo alguien medio enfermito podría fijarse en él.
Me quedé en blanco. ¿En serio dije eso?
No recordaba nada de eso. Ni una imagen, ni una palabra, ni una mirada.
Eso solo probaba que, en mi época de estudiante, Mateo no existía para mí.
—Y, Aurorita, esa ni siquiera fue la peor parte —continuó Valerie—. Lo fuerte fue que, justo cuando dijiste eso, Mateo estaba no muy lejos. ¡Creo que te oyó!
Me sorprendí tanto que me puse nerviosa.
—¿Q-qué crees que escuchó?
—Lo de: “Solo a alguien con una tuerca suelta le gustaría”. Tal cual.
Me quedé boquiabierta.
—¿De verdad fue tanta la coincidencia?
Valerie hizo un puchero y asintió:
—Así mismo. Ni idea cómo apareció a nuestras espaldas, ni ruido hizo. Y la mirada que tenía… oscura, intensa… daba miedo. Todavía la recuerdo. Aurorita, ¿de verdad no tienes ni un recuerdo?
Le respondí confundida.
—Nada, de verdad