Pensándolo bien, Camila sí era el tipo de mujer para este estilo.
Entre más lo pensaba, más rara me sentía.
Tiré del cuello del vestido, tratando de ahuyentarme la incomodidad en el pecho, y bajé las escaleras.
Mateo estaba en la sala, recostado en el sofá, leyendo.
En cuanto me vio bajar, me miró.
Nuestras miradas se cruzaron sin querer.
Por un momento, juraría que vi un brillo de sorpresa en su mirada.
Pero enseguida volvió a ser distante, como si yo solo hubiera imaginado ese destello.
Me miró otra vez, sin ningún interés, y luego apartó la vista.
Cerró el libro y se levantó para salir.
Fui detrás de él, rápido.
El chofer ya estaba listo, adelante.
Mateo y yo nos sentamos atrás.
Él miraba al frente, serio y callado como siempre.
Me aparté un poco, pegué la cara al vidrio y me quedé mirando por la ventana.
No habían bajado la ventanilla y dentro hacía calor.
Justo cuando me estaba quedando dormida, escuché su voz cortante al lado:
—Vas a ver a Michael y a Javier, seguro estás content