Yo no me moví ni un poco.
De pronto, él me jaló fuerte y me obligó a sentarme.
—¡A desayunar ahora mismo! —ordenó con un tono de completa autoridad.
—¡Estás loco! —le grité, cansada, apartando su mano.
—¡Primero me quitas la comida y el agua, y ahora me obligas a comer! Si estás mal de la cabeza, ¡vete a un loquero y no vengas a desahogarte conmigo!
Cuando la rabia le gana al miedo, te animas a decir lo que sea.
Mateo me miró fijo, con esos ojos oscuros y penetrantes. Después de unos segundos, de repente sonrió:
—¿No querías salir?
Me quedé sin palabras, sintiendo que algo en mí se encendía.
Pero cuando vi lo serio que estaba, la emoción se me bajó de inmediato.
—¿A poco vas a ser tan bueno como para sacarme a dar una vuelta? —pregunté con un tono burlón.
Mateo se sentó en el sofá.
Llevaba el traje perfectamente puesto y su postura era tan recta que parecía una estatua.
—La película de Michael ya terminó de grabarse —dijo, muy tranquilo.
Lo miré con asombro.
¿Ya terminó?
La última vez