Mateo salió envuelto en vapor, molesto y con la cara todavía tensa.
Solo llevaba una toalla en la cintura, dejando todo el torso al aire.
Y pude ver todas las heridas en su cuerpo.
No eran profundas, pero sí eran un montón. Grandes, pequeñas, de todos los tamaños.
Las tenía en el pecho, la cintura, los brazos.
Algunas seguían sangrando.
Pero Mateo, como si nada, se fue directo a la cama.
Y pensar que quería ir a cortarle la mano a Waylon... ¡ya fue un milagro que Waylon no le arrancara el brazo!
Sabiendo que no podía ganarle, igual fue a buscar pelea.
Este hombre, tan terco y sin pizca de sentido común... cuesta creer que algún día fue mi esposo, el callado Mateo.
Después de acostarse, se recargó en el cabecero y se puso a ver el celular, como si yo no estuviera ahí.
Yo tampoco dije nada.
Fui en silencio al botiquín del mueble y busqué pomada para las heridas por congelación.
Aguantando el dolor, me eché toda la pomada en los pies. Luego fui al baño a lavarme las manos.
Cuando volví, M