Waylon me miró, sonriendo:
—¿Por qué lloras? Dicen que soy bien compasivo con las mujeres guapas. Solo quiero que la pases bien. Quién quita y después hasta me ruegues que lo hagamos más veces.
Apenas terminó de decir eso, me levantó de golpe y me tiró al sofá.
Intenté ponerme de pie, pero enseguida se me echó encima otra vez.
Su cuerpo grande y pesado me tapaba por completo.
Sentí cómo el miedo me invadía hasta los huesos.
Temblando sin poder controlarme, empecé a llorar y le rogué:
—Por favor... por favor, déjame ir. Haré lo que sea, pero déjame en paz.
—¿Hasta clavarle un cuchillo a Mateo?
Asentí de inmediato:
—Sí, lo que sea.
Waylon se echó una carcajada:
—Anda, es verdad eso de que eres mala, egoísta y despiadada. Pero eso me gusta.
Mientras decía eso, empezó a jalarme el abrigo.
En un segundo, ya me lo había abierto por completo.
Yo luchaba con todas mis fuerzas, llorando y gritando como loca, pero nadie venía a ayudarme.
Los guardaespaldas, bien sabiendo lo que pasaba, salieron